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miércoles, 5 de junio de 2013

GRANT HILL, EL CRACK REINVENTADO (II): EL MITO DEL AVE PHOENIX SE TORNA REALIDAD



T-Mac y Grant Hill. Talento quebradizo.



En verano de 2000 la aventura del amigo Grant en la MoTown llega a su fin. Los Pistons envían al alero a Orlando a cambio de dos piezas en principio discretas: el base Chucky Atkins y el granítico pívot Ben Wallace. Ambos conquistarán el anillo con la camiseta de Detroit en 2004 a las órdenes de Larry Brown, siendo “Big Ben” Wallace una de las piezas claves con su magnífica defensa sobre Shaquille O’Neal en aquellas finales. Visto con la perspectiva del tiempo, los Pistons acertaron con el movimiento, por mucho que en aquel momento los aficionados nos echásemos las manos a la cabeza. No era para menos. Se iba nuestra gran estrella y lo hacía precisamente en su mejor temporada, dejando unos números de autentico megacrack. 25.8 puntos, 6.6 rebotes, 5.2 asistencias y 1.4 robos de balón que volaban a Florida, a los emergentes Orlando Magic de Doc Rivers y con Tracy McGrady como compañero estelar. Números de jugador total que le emparentaban en la genealogía de los Oscar Robertson, “Magic” Johnson, Larry Bird o lo que actualmente significa LeBron James. Sin embargo, y sin que nadie lo hubiera podido prever, aquello significó el comienzo del calvario de Hill en forma de lesiones, o más bien, la continuación de su infortunio con una lesión en el tobillo ante Philadelphia a poco de terminar su última temporada regular con Detroit. Hill descansó los tres partidos siguientes con los que la regular season tocaba a su fin, pero arriesgó para jugar en primera ronda contra Miami, castigando su pierna de manera decisiva para el futuro. Posteriormente declararía que jugó aquella serie presionado por el entorno de Detroit y luchando contra la alargada sombra de Isiah Thomas, de quien aún se recuerda su épica gesta anotando 25 puntos en un cuarto con el tobillo lesionado en las finales del 88 frente a Los Angeles Lakers.

Con la herencia de esa lesión a cuestas, la carrera posterior de Hill ofrece datos desoladores. En sus tres primeras temporadas en Florida, de un total de 246 partidos de temporada regular, sólo es capaz de vestirse de corto en 47 ocasiones. La leyenda negra del jugador comienza nada más aterrizar en su nuevo destino, ya que en su primer curso sólo aparece en pista en cuatro contadas ocasiones, truncando las ilusiones de quienes deseaban disfrutar del espectáculo de la pareja de malabaristas Hill-McGrady. En plena tercera y fatídica temporada aún vendría lo peor. En Marzo de 2003 Hill se somete por cuarta vez a una operación de tobillo, y en esta ocasión del modo más drástico posible. Peligraba la carrera de quien había firmado un contrato de 93 millones de dólares por vestir durante siete temporadas la camiseta de la ciudad de Disneyworld, de modo que los cirujanos buscaron rizar el rizo para que aquel brutal talento no desapareciera de las canchas. Hill pasa por el quirófano para someterse a una compleja operación con la finalidad de reconstruir su tobillo mediante material genético y librarse de los tres tornillos con los que se veía condenado a vivir y a jugar al deporte que amaba. Parecía una buena apuesta, pero el infortunio se ceba una vez más con nuestro protagonista, quien incluso ve peligrar su vida tras la operación. En efecto, a los cinco días de pasar por el quirófano sobreviene la tragedia. Hill, aquejado de alta fiebre (más de 40º) y sufriendo espasmos y convulsiones, es ingresado en Cuidados Intensivos donde se le detecta una grave infección de estafilococos en el tobillo operado. Recibe injertos de su propia piel para luchar contra la nueva herida, y una vez que su vida es salvada, aún le espera una larga lucha contra la enfermedad en forma de tratamiento de seis meses con antibióticos intravenosos. El estatus de Hill pasa del de lesionado crónico al de moribundo.  

Y tras el infierno… la resurrección. Hill vuelve a las canchas el 3 de Noviembre de 2004. Habían pasado 657 días desde su última aparición pública como jugador profesional de baloncesto. Al estilo de Fray Luis de León nuestro protagonista decide soltar un “como decíamos ayer” sobre la cancha presentando una lustrosa tarjeta de 20 puntos, 4 rebotes y 2 asistencias en 33 minutos de juego. Tiene por aquel momento 31 años, pero en cierta manera, es un debutante. Un hombre reinventándose a si mismo. Ya no está McGrady, quien ha llevado su talento (y sus lesiones) a Houston, pero Hill se encuentra con un joven grupo de jugadores en progresión donde destaca un gigantón de 19 años con hombros de acero llamado Dwight Howard. Era el primer año del center, al igual que el del base Jameer Nelson, quienes trabajan a la sombra de los Steve Francis, Hedo Turkoglu, y por supuesto, un Grant Hill dispuesto a volver a empezar.   


El retorno del dandy


¿Había vencido por fin a la mala suerte? Desgraciadamente no. Pese a acabar brillantemente la temporada 2004-05 de su regreso a las pistas (19.7 puntos por partido y retorno al All Star Game), el año siguiente le depara nuevas y desagradables sorpresas. Ahora es una pubalgia la que hace que durante el curso 2005-06 Hill despliegue su talento una vez más con cuentagotas (únicamente disputa 21 partidos) La temporada siguiente se presentaba crucial para el alero, ya que finalizaba contrato en Florida y su futuro se presentaba bastante incierto. Su curso resulta bastante discreto (14.4 puntos por partido), pero la gran noticia está en sus 65 partidos disputados con una media de 30.9 minutos por encuentro. Con 34 años se convertía en agente libre. Castigado por las lesiones, sí, pero con una calidad innata como muy pocos jugadores de la liga, también. Novias no le iban a faltar, y aparece una muy brillante y soleada, tanto es así que la siguiente y casi definitiva andadura nos presenta la mejor versión posible del jugador desde sus tiempos en Detroit. Un Grant Hill ya definitivamente reconvertido y rehecho con los mejores porcentajes de tiro de su carrera. 

Seguro que han escuchado hablar alguna vez del mito de la Fuente de la Eterna Juventud. Si hubiera que ubicarla en alguna ciudad moderna, no se me ocurre mejor emplazamiento que en Phoenix, Arizona. Y es que allí un “jovencito” Steve Nash jugaba el mejor baloncesto de su carrera en unos indómitos Phoenix Suns que desataban tormentas perfectas por todas las canchas de la NBA bajo el mandato de un apóstol del “run&gun” como Mike D’Antoni. Nash había sido dos veces MVP de la temporada regular y había llevado a su equipo a dos finales de conferencia consecutivas. Los Suns no eran un equipo campeón, pero unánimemente eran el conjunto más atractivo para cualquier aficionado imparcial por aquellos momentos. Desde los despachos de la franquicia de los soles lo tuvieron claro. Hill podría ser la pieza ideal que encajase en el esplendoroso puzzle constituido por piezas del talento de Steve Nash, Amar’e Stoudemire, Shawn Marion y Boris Diaw. Por primera vez en su carrera, Hill se veía con opciones reales de optar al anillo de campeón. Curiosamente en Phoenix podía sentirse como el auténtico protagonista de la leyenda del ave renacido de sus cenizas.

Además  de los citados, jugadores de la clase de Leandro Barbosa, Raja Bell o la por aquel entonces promesa Marcus Bank mostraban la sobredosis de talento exterior para un equipo para el que correr era una cuestión vital más que un estilo de juego. Cansados de ser un club admirado por su espectáculo pero abocado a la derrota cuando llegaban los momentos decisivos frente a equipos más duros (en especial los San Antonio Spurs), en Phoenix deciden dar un giro y apostar por meter centímetros y kilos en la pintura. Y nadie mejor que otro ilustre veterano como Shaquille O’Neal (en el nómada carrusel en busca de anillos que no llegaban que protagonizó la parte final de su carrera) para ejemplificar todo ello. Shaq, rebautizado como “Big Cactus”, llega en Febrero de 2008 a cambio de Marion y Banks. La cosa no termina de funcionar y los de Hill caen en primera ronda, contra, lo han adivinado, nuevamente unos San Antonio Spurs convertidos en auténtica bestia negra del club soleado. Batacazo colectivo al margen, Grant Hill recupera por fin su sitio en la NBA. Que su nombre aparezca en los box scores ya deja de ser noticia. Se vuelve a sentir importante. Sus números de 13 puntos, 5 rebotes y 3 asistencias en 31 minutos por partido con porcentajes del 50% de acierto en tiros de campo, para un jugador de 35 años con cuatro operaciones en el tobillo y que cinco años antes se encontraba al borde de la muerte, no están nada mal como ejemplo de superación, lucha y constancia en la mejor liga de baloncesto del mundo. Pero lo mejor estaba por llegar.  


Dos maduritos en busca de anillos.


La temporada siguiente apuntaba un cambio de estilo en la franquicia arizoniana con la marcha de Mike D’Antoni, auténtico arquitecto del vistoso juego de Phoenix a New York. No fue fácil. Terry Porter como nuevo inquilino del banquillo de los Suns buscó dotar al grupo de mayor empaque defensivo. El resultado fue un equipo falto de chispa y abandonado de su personalidad anterior. Porter no acabó la temporada, siendo sustituido por su asistente Alvin Gentry. Hill por fin estaba pletórico de salud, llegando a jugar por primera vez en su vida y con 36 años los 82 partidos de la temporada regular. ¡Por fin! Pero la desgracia rondaba cerca, en este caso en la figura del fundamental Amar’e Stoudemire, quien sufre un desprendimiento de retina en un choque contra Los Angeles Clippers. El power-forward se pierde los últimos meses de competición y los Suns se ven fuera de post-temporada por vez primera en los últimos cinco años. Cuando Hill lograba remontar el vuelo en el plano individual se encontraba con otra decepción grupal. La historia de su vida. Sus números y minutos en la pista van descendiendo gradualmente (12 puntos, 4.9 rebotes y 2.3 asistencias), pero alcanza un excelso 52,3% en tiros de campo, y sobre todo el reconocimiento unánime de la afición que ya identifica en esta segunda juventud del alero un ejemplo de imbatible tenacidad y amor por el baloncesto. Mil veces caído, tantas otras puesto en pie.  

El curso posterior deparaba buenos momentos para nuestro hombre. 81 partidos en liga regular (sólo se pierde uno), todos ellos como titular, con 30 minutos en pista, dejando 11.3 puntos por partido, 5.5 rebotes y 2.4 asistencias. Sigue siendo un todoterreno fiable. Y a sus 37 años se da otro gustazo con la misma ilusión de un debutante: por fin sabe lo que es ganar eliminatorias de play offs. Portland en primera ronda, para posteriormente  vapulear a sus grandes enemigos de San Antonio con un inapelable 4-0. Finalmente caerán ante los vigentes campeones por aquel entonces, los Lakers de nuestro Pau Gasol quienes iban camino de su segundo título consecutivo. Nunca Grant Hill había llegado tan lejos en una temporada. El baloncesto se lo debía. 

Aún jugaría dos años más a buen nivel con la elástica de los Suns, sin bajar de los 10 puntos por partido, pero sin pisar play offs. Finalmente la pasada temporada ya con 40 años intenta una nueva aventura en los pujantes Clippers de Chris Paul y Blake Griffin, a donde llega lesionado de su rodilla derecha y su papel finalmente acaba siendo bastante anecdótico. No ha sido la mejor de las despedidas posibles para un jugador único e irrepetible. Un baloncestista total que entre 1995 y 1999 repartió más asistencias que ningún otro jugador que no fuera base, que lideró a los Pistons en puntos, rebotes y asistencias durante tres campañas (sólo Wilt Chamberlain y él a lo largo de la historia han sido capaces de ser los máximos realizadores de las principales categorías del juego en un roster durante tres temporadas), y que en sus seis primeros años NBA acumuló 9393 puntos, 3417 rebotes y 2720 asistencias. Números sólo superados en el mismo periodo de tiempo por Oscar Robertson, Larry Bird y LeBron James. Sirva este dato para comprender la dimensión del jugador que en algún momento Hill llegó a ser, y el utópico límite al que hubiera aspirado traspasar de no mediar el infortunio en su carrera y su vida. Pero quédense también con esto: entre 2008 y 2011 jugó 243 de los 246 partidos de temporada regular de la NBA. No está mal para un tipo que, como Jack Palance en el brillante (e infravalorado) remake de “High Sierra”, “murió un millar de veces”.   


Que bello es vivir.




martes, 29 de enero de 2013

AUTOGESTIÓN


Y Pau rajó. Nuestro mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos, el hombre que ha llevado nuestro deporte de la canasta a niveles inimaginables hace décadas. Un ejemplo de profesionalidad, una conducta intachable en todo momento, incluso la pasada temporada cuando fue objeto de un traspaso frustrado a comienzo de temporada. Y rajó. Y rajó bien además. Un par de declaraciones contundentes en principio dirigidas a la línea de flotación del nombre propio de su actual entrenador, Mike D'Antoni, pero que en el fondo no suponen más que la afirmación  de una norma habitual en muchos grandes equipos, plantillas a la postre campeonas y coleccionistas de títulos. Una norma, una palabra, que produce auténticos escalofríos a quienes piensan en el deporte de elite como una especie de campo de concentración militar: autogestión.  

"¿Qué estarán pensando de mí estos cabrones?"

Primeramente preguntaron a Pau tras la brillante victoria angelina frente a los incontestables Oklahoma City Thunder, qué le parecía la nueva y generosa versión de Kobe Bryant como "facilitador" (28 asistencias en los dos últimos partidos, 14 y 14 consecutivamente) y no mirar tanto aro (10 y 12 tiros de campo respectivamente, ni un sólo intento triple, además 9 rebotes en cada uno de los partidos, es decir, quedándose a un rechace de hacer dos triples-dobles consecutivos), una versión inteligente de la Mamba Negra que ha resultado clave para las dos convincentes victorias de los necesitados Lakers ante Utah y Oklahoma (y a este respecto, no dejen de echar una ojeada al estupendo estudio que publica hoy el blog Jugones)... la respuesta de Pau fue admitir que aquello era tan raro como verle a él jugando tan lejos del poste bajo. El mayor de los Gasol se queja con cierta razón de que D'Antoni le aleja demasiado de la pintura, donde pierde gran parte de su potencial. No he seguido demasiado a los laguneros este curso, pero en los partidos que he presenciado he visto a Pau jugándose demasiados lanzamientos exteriores muy precipitados o intentando penetraciones un tanto alocadas que en varias ocasiones acababan con chapa del rival. Todos sabemos que Pau tiene capacidad para jugar por fuera, correr, y hacer cosas que parecen reservadas sólo a jugadores exteriores, pero también es cierto que eso debería ser un as en la manga que ha de guardarse cuando no le funcione lo mejor de su repertorio. Esto es, el juego de espaldas al aro, el postear a los rivales, y dar fluidez desde la bombilla. Particularmente a mí me gusta la propuesta de D'Antoni, su idea de "run&gun", de partidos a ritmo alto y posesiones cortas, pero precisamente hay cosas que no logro entender dentro de su ideario baloncestístico si pretende llegar a buen puerto con un baloncesto tan dinámico. Uno de los más significativos es el de las rotaciones. El técnico de West Virginia siempre ha sido criticado por su aversión a dichas rotaciones y su obsesión por exprimir a los jugadores en pista. Creo que esto es un error. La búsqueda de un baloncesto de ritmo alto precisamente ha de apoyarse en la frescura física de los jugadores, necesitados de tomar aliento de tanto en cuando en el banquillo para volver a cancha con las piernas lo suficientemente frescas para atravesar la cancha en el menor tiempo posible tanto en transiciones ofensivas como en defensa. Por otro lado D'Antoni llega ahora a un equipo al que en un análisis erróneo se le tacha de descompensado, con cuatro grandes estrellas y el resto poco menos que jugadores del montón. Esto me parece subestimar a cestistas tan válidos como Metta World Peace (Ron Artest para los viejos aficionados), Jodie Meeks, Cris Duhon, Steve Blake... y sobre todo Antawn Jamison. Un forward que durante toda su carrera ha promediado 17 puntos por partido y con D'Antoni no llega a los 20 minutos por encuentro. Si el bigotudo entrenador angelino busca un frontcourt rápido y dinámico, la pareja Jamison-Pau le puede procurar buenos beneficios en ese sentido por mucho que signifique sacrificar en determinados momentos al considerado center más dominante de la NBA como es Dwight Howard, jugador que por otro lado supone un problema para el equipo de Los Angeles cada vez que se enfrentan a un final igualado. El nuevo "hack-a-shaq", aquella vieja táctica que consistía en mandar a la línea de tiros libres a Shaquille O'Neal (52% en tiros libres durante toda su carrera) ha encontrado su nueva versión con Howard. El actual pívot titular de los Lakers muestra un 58% a lo largo de su trayectoria, en ese sentido supera a Shaq, el problema es que en sus dos últimas temporadas no llega al 50% (49.5% este curso), de hecho su mejor porcentaje lo consigue en su año rookie, con 19 años, un discreto 67%. También es cierto que fue la temporada que menos visitó la "charity stripe", pero, ¿cómo es posible que la disciplina del juego qué es claramente más mejorable con los años simplemente a base de entrenamiento, en este caso vaya tan descaradamente a peor con este jugador?     

"¡Oigan, qué desde casa parece muy fácil!"

Sigamos con la rajada de Pau, porque su siguiente declaración dio absolutamente en el clavo de lo que parecen pretender los Lakers hoy día y su compromiso para alcanzar unos play offs que se les han puesto realmente caros, y de no conseguirlos estaríamos hablando del mayor fracaso en la NBA que yo pueda recordar (ni punto de comparación con los "Fab Four" de Kobe, Shaq, Payton y Karl Malone, ya que si bien acabaron mordiendo el polvo frente a unos brutales Detroit Pistons, en temporada regular dominaron la Pacific Division y sólo Minnesota y San Antonio les superaron en victorias en el Oeste... aquella temporada 2003-2004, por cierto, dos jugadores de la actual plantilla laker recibían distinciones individuales: Artest, por entonces en Indiana, como mejor defensor de la temporada, y Jamison, en Dallas, como mejor sexto hombre) Al ser inquirido sobre si el equipo, por fin, se estaba adaptando al sistema de su nuevo entrenador, el jugador de Sant Boi no pudo ser más claro y contundente: “Estamos haciendo nuestro propio sistema”. 

Como digo, el afirmar y reconocer que hay eso que llaman “autogestión” (que nunca llega a ser total, ya que sin ir más lejos si así fuera, si existiera total autogestión por parte del roster angelino, Pau sería titular), puede llegar a sobrecoger a los aficionados amantes de la férrea disciplina y del poder dictatorial del entrenador. Suele ser un tipo de aficionado que gusta del técnico con (aparente) personalidad y carisma, chillón, vociferante, dado al aspaviento y a regalar titulares en ruedas de prensa. Pero la realidad es que hasta ese tipo de entrenadores con aire de generales también en ocasiones saben que han de apartarse a un lado y dejarles a los jugadores algo absolutamente sagrado para que puedan expresar su calidad: libertad. 

Sin salirnos de la familia Gasol, cuando Marc delante de las cámaras de La Sexta no se mordió la lengua tras la derrota contra Turquía en el Eurobasket de Polonia 2009 en la que no supimos aprovechar nuestra última posesión para llevarnos el partido lanzó aquel dardo de “esto pasa por jugárnosla con el chico nuevo” (en referencia a la decisión de Scariolo de buscar una penetración de Sergio Llull… quien por cierto recibió una descarada falta personal no señalizada), sin que nadie lo supiera, posiblemente sin saberlo ni siquiera él mismo, estaba empujando a una cierta autogestión dentro de la llamada ÑBA que a partir de ese momento arrasó en aquel torneo conquistando nuestro primer oro europeo, que dos años más tarde se repetiría en Lituania. La autogestión en nuestra selección nacional de baloncesto viene de lejos, ya se hablaba de ello con Pesquera… con Pepu, y fuimos campeones del mundo (y no quieran saber como pasaron la noche antes de la final, esa en la que apalizamos a Grecia, algunos jugadores), con Aito, plata olímpica, y por supuesto con Scariolo, dos máximos títulos continentales y otro subcampeonato olímpico. Y en todas esas citas los entrenadores han sabido aportar sin que se perdiera esa autogestión. Esa es la clave. 

Clamosoro agarrón y falta personal a Llull (brazo izquierdo) en el final del partido contra Turquía en el 2009. Al final hasta nos vino bien la derrota.


Un entrenador tan en apariencia tiránico y duro (y cambiamos de deporte) como Fabio Capello sabe bien lo que es la autogestión, y como puede acabar dando un título. En la temporada 2006-2007 el Barcelona de Ronaldinho, Deco, Eto’o y Xavi entre otros, proclamado campeón de Europa el curso anterior, dominaba con comodidad y mano firme la liga española de fútbol. El Real Madrid, a rebufo, parecía destinado a otro año en blanco en la primera temporada de Ramón Calderón después de los desastrosos últimos años de un florentinismo convertido en un monstruo devorándose a si mismo. A Capello se le había fichado como urgente especialista en conquistar títulos independientemente de la calidad o belleza del juego gracias a su mano dura para enderezar estrellas. Nada más lejos de la realidad, ya que la remontada de aquella temporada viene propiciada por la conjura de los jugadores que no sólo no comparten las actitudes de su técnico, si no que incluso le obligan a satisfacer sus deseos de “indultar” a jugadores como David Beckham o Ronaldo a los que el entrenador italiano había mandado a la grada en un patético intento de demostrarle al mundo “aquí mando yo”. En realidad mandaron los jugadores y se acabó ganando una liga que parecía imposible. ¿Les suena de algo la historia? En efecto, el Madrid actual, por mucho que le cueste admitirlo a los talibanes mourinhistas incapaces de reconocer nunca debilidad alguna en su ídolo de Setubal, vive su particular conjura de jugadores dispuestos a intentar salvar la temporada. Hagamos memoria reciente, tan reciente que sólo hay que remontarse apenas un mes atrás. Tras el último incendio provocado por el técnico portugués, inventándose, vaya usted a saber porque (será eso de que el diablo cuando se aburre mata moscas con el rabo), un problema en una de las pocas facetas donde el equipo blanco lleva años funcionando con sobriedad (la portería), y dejando al equipo en navidades a nada menos que una diferencia histórica de 18 puntos con el líder tras caer en Málaga y una eliminatoria de Copa del Rey en desventaja, los pesos pesados deciden dar un paso al frente, hacer piña (autogestión), y dar un ejemplo de auténtico madridismo. Con el damnificado capitán Iker Casillas al frente, el primero en dar la cara, vemos desfilar esos días en rueda de prensa a los capitanes y líderes del equipo (algo que debería ser normal, pero que en este Madrid paranoico que busca enemigos por todas partes y decide vivir encerrado en si mismo intoxicando su pensamiento con que existe una conspiración en su contra “ahí fuera” se convierte en noticia) dispuestos a apagar el incendio provocado por Mourinho. Los marineros, una vez más, salvando al patrón. Llamamientos a la unidad, Casillas asumiendo su suplencia, conjura, piña, autogestión. Un mensaje soterrado de “vamos a salvar esta puta mierda de temporada que estamos haciendo, amigos” Los números son elocuentes desde entonces. Siete partidos saldados con cinco victorias y dos empates. 20 goles a favor y 4 en contra.   

Y Fabio se bajó los pantalones.


Vicente Del Bosque ostenta el honor de ser el único técnico en la historia del fútbol en ser campeón de Europa y del mundo tanto en selecciones como en clubes. Sus recetas para el éxito, entre otras (imagino que llevar 45 años entre jugador y entrenador en el mundo del fútbol al máximo nivel ayuda lo suyo), la cordura, la sensatez, la mano izquierda, el respeto a jugadores propios y rivales… todo ello sin renunciar a tener que tomar decisiones no compartidas por muchos aficionados (el doble pivote Alonso-Busquets o el “falso nueve” entre otras) A nadie se le escapa que Leo Messi en el FC Barcelona en ocasiones manda más que los propios Guardiola, Vilanova o Roura. ¿A algún barcelonista le parece mal tal situación?, revisen la colección de títulos acumulados por los azulgrana en los últimos años y luego contesten. Derribemos por tanto de una vez el mito de la “mano dura” para los equipos destinados al éxito. Personalmente creo que lo ideal es el equilibrio, siempre el equilibrio, esa virtud aristotélica, entre la suficiente capacidad de decisión propia y libertad de los jugadores y la ascendencia jerárquica de sus superiores al mando técnico. Y en ese sentido tengo que volver a citar a Del Bosque, en efecto, el personaje más aristotélico del deporte en nuestro país y el español más sensato que conozco (tanto que a veces ni parece español), el auténtico equilibrista. 

Para finalizar con esta disgresión futbolística que espero sepan perdonar los lectores, recordaré un episodio que demuestra hasta que punto todo eso de la disciplina, la mano dura, y el entrenador dictatorial y de carácter duro como claves del éxito son una pamplina para acomplejados que se dejan impresionar por esos tipos que, como no suelen tener razón, intentan buscarla dando voces o haciendo aspavientos desde un banquillo deportivo o una sala de prensa. Eurocopa de 1992. La Yugoslavia de los Prosinecki, Pancev, Jarni y Boban era una de las ocho selecciones clasificadas para la fase final del torneo, pero la guerra civil comenzada un año antes y que daría con el desmembramiento de la república socialista refundada por Josip Broz Tito era un oprobio demasiado grande para la UEFA, que decidió excluir a aquel potente combinado futbolístico. La decisión fue una sorpresa para todos, incluyendo a los segundos clasificados en el grupo de calificación yugoslavo, unos jugadores daneses que estaban en aquellos momentos haciendo las maletas para sus vacaciones veraniegas. Tanto es así que el mejor jugador danés del momento, el gran Michael Laudrup, rechazó la improvisada llamada de su seleccionador Richard Moller-Nielsen. El técnico aún así logró reunir un grupo de veinte jugadores dispuestos a renunciar a sus vacaciones en la playa por unos cuantos partidos en Suecia, sin apenas preparación ni entrenamiento. No era falta de profesionalidad, simplemente no había tiempo. Los jugadores accedieron a acudir a la improvisada cita, pero a cambio llevarían con ellos a sus esposas y novias y tendrían la libertad suficiente para pasarse horas en la piscina del hotel y beberse toda la cerveza que les apeteciese. ¿Resultado? Ganaron la Eurocopa. Aquellos chicos fueron simplemente a pasárselo bien, como un grupo de amigos con sus parejas, a pasar unos días de verano tomándose unas birras, darse unos chapuzones y jugar unos cuantos partidos de fútbol. Volvieron a casa con un título de campeones de Europa dejando en la cuneta a selecciones como la Francia de Blanc, Deschamps, Papin y Cantoná, la inolvidable Holanda de Koeman, Rijkaard, Gullit, Van Basten y Bergkamp, y sorprendentemente derrotando en la finalísima a la Alemania de los Brehme, Sammer, Effenberg o Klinsmann, quienes pasaron las horas y días previos al partido encerrados en el hotel, sin acceso a aparatos electrónicos ni contacto con el mundo exterior ni sus familias, dentro de una disciplina casi militar impuesta por Berti Vogts, mientras sus rivales daneses se divertían con sus chicas, sus cervezas y sus chapuzones.   

¿Y ahora qué?, ¿unas birritas?

 Por eso a nadie debería sorprender a día de hoy, es más, a nadie le debería escandalizar o no ser capaz de tolerar que deportistas de elite busquen “autogestionarse” (no sólo en el mundo del deporte, les aseguro que yo trabajo mucho mejor y mucho más feliz cuando no tengo a mi jefe encima y me puedo permitir marcarme yo mismo mis pautas) al margen de sus entrenadores cuando ven que estos no dan con la tecla, o que incluso marcadamente se pueden estar equivocando. Por mucho empeño que D’Antoni ponga en que sus jugadores corran o jueguen a su estilo deseado, la química necesaria para que su equipo triunfe sólo puede salir de la suma de lo que hagan esos hombres en la pista y fuera de ella, de sus guiños, sus complicidades, sus libertades, sus apoyos, sus conjuras y su autogestión. Todos buscan el bien común, y a nadie le debería resultar extraño ver en un tiempo muerto de los Lakers a un jugador tan clarividente como Steve Nash hablar en ocasiones más que el propio D’Antoni. El propio entrenador seguro que es capaz de reconocerlo, no olvidemos que estamos hablando de quien fuera durante casi dos décadas un brillante base tanto en USA como en Europa, y en más de algún momento de su larga carrera como jugador seguro que se ha encerrado con sus compañeros en un vestuario sin su entrenador para buscar la mejor solución a un momento de crisis. El problema de esto que llamamos “autogestión” provoca una vez más una evidente doble vara de medir en muchos aficionados. Cuando se gana  se alaba la capacidad de hacer piña, la amistad del grupo, el valor humano, la manera de ver el deporte desde un prisma falto de presión buscando no perder la inocente diversión con la que todos empezamos a jugar a este juego, y que por encima de todo sean un grupo de amigos que se juntan para jugar a la “pocha”… pero cuando se pierde estamos hablando de una serie de jóvenes irresponsables faltos de disciplina, mal acostumbrados y mimados y a los que alguien debería meter en cintura.   

Al fin y al cabo, una vieja historia, tan vieja como todas las historias del deporte, tan vieja como el bigote de nuestro querido amigo D’Antoni.   

Esos hombres con bigote, tienen cara de hotentote.

lunes, 21 de enero de 2013

SERGIO RODRIGUEZ Y LA HISTORIA DE UN OPROBIO


Fear the bear!!


Con el 2012 ya finiquitado e instalado en el recuerdo de nuestra memoria reciente parece claro que uno de los personajes del año en el mundo del baloncesto, al menos a nivel nacional, ha sido el base tinerfeño Sergio Rodríguez, y visto el comienzo de este 2013, se diría que a sus 26 años el genial jugador aún sigue creciendo y generando un juego absolutamente espectacular a la par que pragmático y efectivo del cual el Real Madrid y el pasado verano la selección española (de la que ya no debe caber duda sobre su capacidad para encajar en ese grupo de jugadores) llevan un reciente tiempo beneficiándose. 

Pero realmente no ha sido el pasado reciente del Chacho un camino de rosas hasta recuperar el estatus que por calidad le correspondía en nuestro baloncesto. De hecho creo que estamos ante uno de los casos de injusticia más flagrantes por parte de gran parte de afición, entorno y medios de los últimos tiempos de nuestro deporte. Esta entrada, en cierta manera, pretender hacer justicia a uno de los bases más geniales que ha dado nuestro baloncesto en toda su historia, heredero directo de Raúl López (otro caso de jugador que iba para superestrella, pero en su caso fueron las lesiones las que lastraron una carrera que parecía conducirle a ser nada menos que sucesor de John Stockton en Utah), y elemento intermedio entre la magia del base de Vic y el precoz Ricky Rubio. Es hora de rendir cuentas y sacar las vergüenzas de aquellos que dudaron de manera cruel (llegando hasta el insulto) de Sergio hasta hace bien poco, y cuando digo hace bien poco soy capaz de referirme a prácticamente medio año, cuando allá por finales de Primavera muchos veían una aberración en el hecho de que el tinerfeño comenzase a sonar para la lista de los JJOO de Londres.  

Procuraré ser cuidadoso y no caer en el más sangrante ventajismo. Hagamos cuantos matices sean necesarios. Por un lado a ciertos comentarios, artículos, o análisis paridos y pergeñados desde las redes sociales (y en el fondo éste es uno de ellos) hay que tratarlos en el contexto amateur o de aficionado que se merecen. Aún así hablamos en ocasiones de blogs que, partiendo desde cierto madridismo (ese "madridismo que nunca está contento" del que hablamos por aquí a menudo), gozan de gran popularidad y predicamento y sus entradas generan centenares de comentarios prácticamente todos en la misma dirección (como ven, no es nuestro caso) Llevo un tiempo desarrollando una pequeña teoría a este respecto, sobre cierto tipo de aficionados al baloncesto, y concretamente madridistas como yo, con los que observo como estamos en las antípodas en cuanto a nuestra manera de ver este deporte. Esta circunstancia no debiera ser tan preocupante, al fin y al cabo la discrepancia de pensamiento es buena y puede resultar enriquecedora, pero no puedo evitar sentir cierta inquietud al respecto, ya que al fin y al cabo estamos hablando del mismo deporte, ese que para mí es el más bello y espectacular del mundo, y yendo más allá, hablamos del mismo club al que amamos y sufrimos por igual. La (admito que sin ningún tipo de fundamento) teoría que he construido se basa en relación a la edad y el baloncesto vivido y sobre todo con el que se ha crecido. Creo que ese tipo de aficionado con el que no logro comulgar ni de lejos, pertenece a una generación ligeramente, una década quizás, más joven que la mía (actualmente tengo 39 años, próximo ya a los 40), es decir, hablamos de nuevos treintañeros, gente nacida en los primeros 80, y que a nivel doméstico y continental ha crecido con el peor baloncesto que yo recuerdo, el de gran parte de la década de los 90 y principios del siglo XXI. Es un tipo de espectador para quienes Messina, Obradovic o Ivkovic son nombres cuyo mito trasciende la calidad de su baloncesto. Podían tragarse año tras año infames finales a cuatro de Euroliga con los mismos protagonistas y campeones ganando títulos con marcadores exiguos mientras desde la banda el carismático entrenador de turno le pegaba cuatro voces al jugador que se atrevía a correr un contrataque, eso, según ellos, indicaba personalidad. Son aficionados que crecieron con un baloncesto dominado por genios a cámara lenta como Bodiroga o Papaloukas, grandes jugadores, pero con un concepto del juego totalmente alejado de la locura anarquista con la que muchos crecimos de los Drazen Petrovic o Nikos Gallis. Todo ello ha llevado a este tipo de aficionado a acostumbrarse a un baloncesto férreo, dictatorial, cuadriculado, donde todo lo que escape a esa dictadura de la pizarra aparece ante ellos como algo inconcebible, un misterio arcano indescifrable, y como todo misterio cuando no se comprende, o se le busca alguna trampa o se desprecia. Por eso muchos madridistas criados con ese baloncesto siguen rajando de Laso, de este baloncesto, de esta idea, de este estilo, de este tipo de juego… siguen preguntándose donde está la trampa de jugar a meter 100 puntos y buscándole tres pies al gato. Por eso, esos mismos aficionados, quisieron enterrar a un genio que regresaba a nuestro baloncesto con tan solo 24 años tras cuatro temporadas en la NBA.  

Una vez expuesta esta extraña teoría propia, hagamos historia con el asunto que nos ocupa. El caso de Sergio Rodríguez. Un joven base llegado desde San Cristóbal de La Laguna hasta el club del Ramiro de Maeztu, ese Estudiantes que siempre ha sido un lugar ideal para el crecimiento de nuestros jóvenes valores baloncestísticos. Su nombre comienza a sonar con fuerza como uno de los grandes "prospects" de todo el baloncesto europeo, cosa que confirma en 2004 en Zaragoza, liderando a la selección U18 entrenada por Txus Vidorreta hacia un brillante oro (contando los tres últimos partidos contra Rusia, Italia y Turquía como auténticas palizas) Sergio es elegido MVP de un torneo donde tiene de compañeros de selección a Carlos Suárez, Antelo, o un Sergio Llull por aquel entonces sustituto suyo en el puesto de base de aquel combinado nacional. Como rivales, su ahora compañero Pocius, Kalnietis, Semih Erden, Oguz Savas, Ponkrashov, Datome o Belinelli. No fue una mala cosecha. Para ese 2004 Sergio ya había debutado como jugador ACB con el Estudiantes. 15 segundos en la vibrante final del 2003/2004 entreBarcelona y el club madrileño después de varias expulsiones colegiales tras una especie de tangana en el último partido de ese play off final. En esos 15 segundos y con 18 años recién cumplidos ya deja su carta de presentación con una de sus especialidades, un contrataque veloz como una centella atravesando la zona blaugrana acabando en bandeja. Sus históricos dos primeros puntos en ACB. A partir de ahí, y después de ese dorado verano en la capital maña, Sergio se convierte en uno de las estrellas del Estudiantes y por ende de nuestro baloncesto. Con 18 años juega los 34 partidos de liga regular (13 como titular) y 8 de play offs (donde sale de inicio en 7 ocasiones) Obtiene el galardón del Jugador Revelación de la Liga ACB. Parecía sólo el comienzo para un jugador destinado a marcar una época. El curso siguiente mejora sus prestaciones, y explota definitivamente en play offs contra un Unicaja a la postre campeón. Los malagueños eran aquella temporada el mejor equipo de España. Con Sergio Scariolo en el banquillo y con jugadores como Walter Herrmann, Carlos Cabezas, Berni Rodríguez y Jorge Garbajosa en pista consiguen un histórico título de Liga que añadir a la Copa de la temporada anterior, también con el entrenador italiano dirigiendo (y de hecho siguen siendo los únicos títulos conquistados hasta la fecha por los malagueños... cosa que no está de más recordar,ya que hablamos de injusticias, para poner en su sitio la auténtica importancia de Sergio Scariolo en los banquillos ACB), pero su primera eliminatoria frente al Estudiantes, pese a saldarse con un contundente 3-0, no resultó nada fácil debido a la habitual tenacidad colegial liderada por su joven nueva estrella. 24 y 23 puntos respectivamente anota un Sergio Rodríguez que por entonces cuenta con 19 años en los dos primeros partidos. El Chacho finaliza el play off con medias superiores a los 18 puntos y 5 asistencias por partido. No cabía duda. Estábamos ante el mejor jugador nacional de su generación, y parecía claro que su destino estaba al otro lado del Atlántico.   

El oro de Zaragoza

 La, más bien deportivamente amarga aventura NBA de Sergio creo que es de sobra conocida. Primeramente el desembarco en unos Portland Trail Blazers (que adquieren sus derechos desde los Phoenix Suns, quienes le eligen en el puesto 26 de la primera ronda del draft del 2006) donde no acaban de creer en él (aún así sus tres temporadas en Oregon se saldan con 219 partidos, jugando unos nada desdeñables 15.3 minutos por encuentro en el último curso) Su siguiente destino será Sacramento, escenario donde aún recuerdan a aquel loco maravilloso llamado Jason Williams con el que se llegó a comparar  a Sergio cuando recibió el apodo de "Spanish Chocolate" (haciendo un guiño al "White Chocolate" de Williams) La salida de Portland parecía un alivio después de su falta de entendimiento con un Nate McMillan de quien no vamos a negar que nunca ha estado muy bien visto en nuestro país tras ver que tampoco a Rudy Fernández le daba demasiada cancha. Pero la realidad es aquellos Sacramento Kings de Paul Westphal estaban muy lejos de aquel "greatest show on the court" de los años de Rick Adelman. Con Beno Udrih como habitual base titular y el explosivo “Rookie of the Year” Tyreke Evans ocupando el backcourt, Sergio tuvo poco que rascar en el club californiano. Enviado esa misma campaña a Nueva York, bajo el manto de un apostol del "run&gun" como Mike D'Antoni, parecía que el Chacho por fín había encontrado su sitio. En unos siempre tumultuosos Knicks, nuestro protagonista se encontró con mucha competencia en su puesto: Cris Duhon, el mediático Nate Robinson, el rookie Toney Douglas, e incluso un ya decadente y lastrado Tracy McGrady reconvertido en ocasiones a base. Aún así en el Madison se pudo ver al mejor Sergio. 27 partidos jugando casi 20 minutos con medias de 7.4 puntos y 3.4 asistencias. Con 23 años y aún mucho baloncesto por delante. 

Aún así como muchos otros europeos, Sergio emprende el camino de vuelta, dispuesto a dejar de ser cola de león y convertirse quizás en cabeza de ratón. A posteriori y una vez analizados sus cuatro años NBA habrá opiniones para todos los gustos. Se le acusa de haber emprendido la aventura demasiado pronto, demasiado joven (pero recordemos el caso de Sarunas Jasikevicius, enrolado en el baloncesto USA con 29 años, habiéndolo ganado todo en Europa y siendo posiblemente el mejor base del continente en su momento… y sin embargo teniendo una trayectoria NBA aún más gris que la de Sergio Rodríguez) De un modo externo a la propia persona del jugador, el aficionado se pregunta si aquellos cuatro años más que servir de aprendizaje y evolución cortaron la progresión del tinerfeño. No obstante lo cierto es que sólo el propio Sergio sabe lo que supuso aquello a nivel individual y cuales fueron sus satisfacciones… personalmente creo que sólo por el hecho de que un pabellón como el Madison Square Garden coree tu nombre y te dedique una ovación en un partido de la mejor liga de baloncesto del mundo tiene que haberle valido la pena todo aquello.  

Ídolo en el Madison

 Un buen contrato por tres años con el Real Madrid de Ettore  Messina parecía una sabia elección para volver a sentirse importante y formar parte de un proyecto ganador. Sobre la era Messina ya hemos hablado largo y tendido por aquí, sin ir más lejos hace unas entradas. Vamos a dejarlo simplemente en que, digamos que el técnico de Catania y el base tinerfeño tienen ciertas diferencias a la hora de entender la mejor manera de practicar este juego. Unos discretos 7 puntos y 2.54 asistencias por partido unidas a 1.4 perdidas por encuentro eran números que distaban mucho de lo que se esperaba de un jugador de la categoría de Sergio. En Euroliga unos tristes 6 puntos con 3 asistencias tampoco ayudaban mucho.  El verano de 2011 la sección de baloncesto del club blanco vivía envuelta en un mar de dudas, y un gran número de ellos centradas en la figura del base campeón del mundo. Finalmente la apuesta por Pablo Laso en el banquillo supuso un movimiento absolutamente fundamental para recuperar al mejor Sergio Rodríguez definitivamente para nuestro baloncesto. El técnico vitoriano (recordemos, en su día, uno de los mejores bases ACB) deja claro desde pretemporada cual va a ser su estilo de juego, los “Madrid Suns” que llega a bautizar Carlos Suárez en referencia al estilo descaradamente ofensivo y de ritmo alto propuesto por el alavés. Por otro lado, y pese al clamor popular que pide el fichaje de un base de renombre para reforzar la dirección del juego, Laso lo tiene claro. Los dos sergios, Rodríguez y Llull, serán los encargados de hacer volar a un equipo dispuesto a jugar a velocidad de crucero. Esta historia reciente también es de sobra conocida y justamente ensalzada a través de este humilde blog. Pese a que la temporada regular no muestra aún su mejor nivel, si que hay suficientes destellos que confirman el regreso del genio, sobre todo en los momentos decisivos. Su 58% en triples en play offs resulta decisivo para llegar a la final y mantenerse en todo momento con opciones de conseguir el título liguero que sumar a la ya inolvidable Copa del Rey obtenida unos meses antes en el Palau Sant Jordi. Si “el tiro es lo único que el miedo no puede camuflar” (Gonzalo Vázquez , Psicobasket: CLIX), la irrupción del Chacho como sanguinario pistolero, como nuevo “killer” desatascador de zonas al lado de Jaycee Carroll, no ofrece lugar a dudas sobre el valor infundido en el nuevo y renacido Sergio. Su mejor cara ya la había anticipado en Euroliga, donde hasta la eliminación del equipo de Laso, pese a mostrarse aún timorato en ataque (7.4 puntos por partido) reparte 5.3 asistencias por juego, siendo el segundo mejor average sólo superado por Omar Cook. La reincorporación de su repertorio ofensivo (ese que ya había demostrado en ACB con 19 años) para añadir a su vanguardista visión de juego no ofrece dudas sobre la justicia de la llamada de Sergio Scariolo para los Juegos de Londres, donde es uno de los doce jugadores que se cuelga nuestra tercera plata olímpica. 2012 le seguirá dando satisfacciones. El Madrid levanta el primer título de la temporada, la Supercopa Endesa, derrotando en otra espectacular final al Barcelona. La convivencia con dos bases de primer nivel como Llull y Draper obliga al Chacho a exprimir y aprovechar al máximo sus minutos en cancha (una constante en el equipo de Laso con su buena mano en las rotaciones… mucho reparto de minutos y todos aportando) Los últimos partidos de Sergio vuelven a traer al anotador compulsivo del final del pasado curso, que es tan capaz de destrozar las defensas rivales a triplazo limpio (48% en Liga Endesa a estas alturas de temporada, 29 dianas de 60 intentos) o a base de penetraciones imposibles, para ser capaz de encontrar la mejor opción de pase cuando no mira aro (con Marcus Slaughter como uno de los jugadores más favorecidos en ese caso, dejándonos partido tras partido unos cuantos highlights en forma de “alley oops” entre ambos baloncestistas) El mes de Enero del tinerfeño ha sido realmente estratosférico. Ya despedía el año siendo de los mejores en la única derrota liguera frente al Barcelona (17 puntos en 18 minutos en un gran empuje final), comienza el año con 16 de valoración en 20 minutos frente al Joventut. Contra el Herbalife, de escándalo, 20 puntos en 16 minutos, 28 de valoración (elegido base de la semana en nuestro blog), y ayer remata a una de sus víctimas favoritas, el Unicaja Malaga, con otros 16 de valoración en sólo 20 minutos. Quédense con este dato: en los últimos cuatro partidos de Liga Endesa ha anotado 13 triples… ¡de 16 intentos! En Europa también está de dulce y siendo clave para la imbatibilidad madridista en el Top 16. Tardó en aparecer frente al Zalgiris (8 puntos en 11 minutos) al que remató con casi un “buzzer beater” y de nuevo hablando del Martín Carpena de Malaga, 14 puntos en 18 minutos rompieron el partido. No parecen números excesivamente espectaculares, pero hay que tomarlos en consideración en relación minutos/prestaciones, y sobre todo admitir que está apareciendo en los momentos decisivos de los encuentros.     

Vuelven los títulos

 Es en este momento, cuando se muestra como el base más en forma del baloncesto ACB, la hora de recordar como se quiso enterrar a un jugador de 24 años en su regreso al baloncesto europeo. Puedo comprender, y de hecho no puede ser de otro modo, la crítica al Sergio de su primer año madridista. No vamos a engañar a nadie, su temporada fue nefasta y muy por debajo de las expectativas. Lo que no es justo es el análisis sin matices, sin comprender el contexto en el que le obligaba a moverse un conservador táctico como Messina, de igual modo que también me resulta inadmisible la falta de paciencia que llevó a muchos aficionados a faltar al respeto al Chacho (o “el chocho”, como le gustaban de llamar… los mismos que a Laso, un entrenador que esta temporada nos está llevando a un 90% de victorias, llaman “Losa”, en otro alarde de imaginación y destreza mental propia de un protozoo) y pedir su cabeza, deportación y exilio del club blanco. Ese “madridismo que nunca está contento”, para quien todo lo que rodea a la sección de baloncesto de este club es un desastre, con Herreros y Sánchez a la cabeza. Ese madridismo que pone bajo sospecha cualquier triunfo y sigue afilando el cuchillo es el que luego se queja de la falta de seriedad de un club que no deja madurar proyectos. Me parece bien que ahora se suban “al carro” del Chacho, pero recuerden, no olviden jamás todos estos analistas de pacotilla, amantes del pizarrín y de los partidos a 60 puntos, que si de ellos hubiera dependido, Sergio Rodríguez no estaría ahora mismo defendiendo nuestra camiseta. Repito que puedo entender la decepción del primer curso madridista de Sergio, pero tengan un poco de dignidad antes de pasar del negro al blanco de esta manera, y sobre todo, aprendan la lección de cara al futuro. A los genios no se les olvida jugar al baloncesto… simplemente, a veces ese genio parece quedarse encerrado en una lámpara, o quizás en una pizarra de baloncesto, esperando que alguien como Pablo Laso, jugador que también sabía de la importancia de la libertad ofensiva, frote el recipiente de donde vuelva a salir la magia y la genialidad capaz de concedernos a los aficionados a este deporte nuestro mayor deseo: ser felices con un buen espectáculo cada vez que vemos un partido.