Decepción absoluta. No se
puede definir de otra manera lo que han sido los dos partidos de las finales
NBA jugados en Miami para quienes esperábamos unas series largas, igualadas y a
siete partidos. San Antonio ha pasado por encima de su rival de una manera tan
contundente que cuesta pensar que los dos partidos vistos en Florida
enfrentasen a los dos mejores equipos de la competición. La era LeBron en los
Heat, salvo mayúscula debacle tejana, se saldará de momento con cuatro
campeonatos del Este, cuatro finales NBA, y dos anillos de campeón. Es un
balance que firmarían el 99% de los equipos en la actualidad, pero que no vale
para una franquicia que apostaba por convertirse en una dinastía tiránica que
marcase una época. No vale con tener al (le pese a quien pese) mejor jugador
del mundo. La diferencia de recursos entre un equipo y otro está siendo tan
abismal que debería plantear a Pat Riley la configuración de su equipo,
totalmente descompasada en algunas posiciones, especialmente en las de base y
pívot, a diferencia de unos Spurs en los que sin renunciar al “baloncesto
total” (cualquier jugador puede aportar en cualquier faceta del juego) hay al
menos dos jugadores solventes por puesto, de modo que el rendimiento tejano no
se resiente esté quien esté en pista. Parte del mérito, claro está, es de Gregg
Popovich. El marine ha sabido dosificar de manera tan sabia a su plantilla y
darles a todos un rol importante, que vemos cosas tan sangrantes como que el
base suplente Patrick Mills (14 puntos en 16 minutos la pasada noche) rinde
mucho más que todo un titular de Miami como Mario Chalmers (nuevamente mal, con
4 puntos en 31 minutos)
Y es que en el cuarto
partido, como en el tercero, no hubo más color que el negro de las espuelas.
Sin alcanzar los niveles de excelencia del anterior choque, los de Popovich
comenzaron marcando las diferencias desde el primer cuarto, 13-4 a los cinco
minutos tras un triple de Danny Green. Un gran Chris Bosh reducía las
distancias a tres puntos y obligaba a Popovich a pedir tiempo muerto. A partir
de ahí la tendencia fue siempre la misma, San Antonio estirando el marcador y
LeBron luchando por reducirlo. Demasiado solo. Caso aparte es el de Dwyane Wade,
empeñado en estrellarse una y otra vez contra la defensa tejana con
penetraciones suicidas y demasiado fáciles para unos ordenados Spurs. Hundió a
su equipo. A partir del segundo cuarto las diferencias ya empezarían a estar
por encima de la quincena de puntos, y en ningún momento Miami pudo meterse en
el partido. No hubo partido. La superioridad Spur fue aplastante, con mejores
porcentajes de tiro, moviendo mejor el balón, y mostrando una autoridad
incontestable en el rebote. Una paliza en toda regla y una decepción para
quienes esperábamos un espectáculo basado en una mayor igualdad de fuerzas. La
imagen anecdótica del número 1 del draft de 2007, Greg Oden, casi un ex
–jugador de tan sólo 26 años, jugando el último minuto de la basura en el
American Airlines Arena ilustra a la perfección cual está siendo el papel de
los Heat en estas finales: el de una mera anécdota.
Los Spurs ya pueden ir
pensando en su quinto anillo. Más difícil es pronosticar quien va a ser MVP de
las finales, ya que ningún jugador de las espuelas está destacando sobremanera
por encima del resto (las dos últimas actuaciones de Kawhi Leonard, no
obstante, le otorgan un buen número de papeletas), y sinceramente, no creo que
sea motivo de preocupación en el vestuario de San Antonio. Un ejemplo de
colectividad para quitarse el sombrero. El sombrero tejano, claro.
Allen y Chalmers contemplan la debacle. |
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