Ya viene resultando habitual. Llegar a estas alturas
del año, transición entre primavera y estío, y ver a Pablo Laso recogiendo la
cosecha de lo sembrado durante todo el curso. El Real Madrid, con el vitoriano
en el banquillo, amplía su dominio en campeonatos nacionales con una nueva
liga, la trigesimoquinta, y la quinta en el palmarés del laureado técnico
alavés. Cinco ligas en tres años y ocho finales consecutivas. Sólo en su primera
temporada, la de 2012, con el proyecto recién echado a andar incapaz de superar
a un gran Barcelona liderado por Erazem Lorbek y Pete Mickeal (aun así unas
finales muy competidas resueltas en cinco partidos), y posteriormente en 2014 y
2017 ante Barcelona y Valencia respectivamente evidenciando un desgaste físico
que no le permitió llegar en mejor forma a las finales, no han sido capaces los
blancos de conquistar el último título de la temporada. Pero lo cierto es que
durante las dos últimas campañas hemos visto a los de Laso llegar perfectamente
dosificados al tramo final de la temporada, quizás sacrificando alcanzar el
mejor momento en Copa del Rey, pero con la suficiente y amplia visión
inteligente para comprender que las actuales temporadas baloncestísticas para
un equipo ACB que juega Euroliga, con más de 80 partidos en su calendario,
requieren de un planteamiento de carrera de fondo que Laso demuestra dominar a
la perfección.
No dejó el Madrid que las finales volvieran al
WiZink Center. El cuarto partido comenzó transmitiendo sensaciones muy
parecidas al del tercero. Los visitantes salían mejor, sueltos en ataque y con
un Rudy muy enchufado (tres triples sin fallo en los primeros minutos), pero
siguiendo con las similitudes del encuentro anterior se cargaba con dos faltas
personales ya en el primer cuarto. No obstante el primer cuarto se saldaba con
un buen 21-24 con ambos equipos retomando su mejor ritmo de ataque, ese que
apenas se ha visto en unas finales con excesiva dureza física y en la que en
muchos momentos ha predominado la desactivación del juego rival que la
reivindicación del propio. Fue un espejismo. El parcial del segundo acto lo
dice todo: 12-13 a favor del Real Madrid, y la vuelta al músculo estrangulando
el talento.
Daba la sensación de nuevo de que Pesic conseguía
imponer su estilo. El lento y pausado que tan poco gusta al Madrid de Laso, lo
cual no quiere decir que no sepa jugarlo. De hecho los blancos mandan en el
marcador durante prácticamente todo el choque y en la segunda parte el
Barcelona no logra adelantarse en ningún momento en el luminoso. Como si de un
acordeón se tratase el Madrid estiraba la diferencia entre los 2 y 10 puntos
pero siempre por delante, hasta que a 5.40 del final Jeff Taylor parecía firmar
la acción definitiva con una canasta más falta personal, y eso que no lograba
anotar el adicional, pero la diferencia de nueve puntos (55-64) trasladaba toda
la presión a los locales. Una presión que no supieron manejar fallando varios
ataques consecutivos. Tampoco se mostraba acertado el Madrid, enfriado tras el
tiempo muerto posterior a la jugada de Taylor, pero la sensación de tener el
partido controlado era evidente ya que el paso de los minutos corría a su
favor. Los tres minutos sin puntos en los que el marcador no se movió acercaron
mucho más la liga a los blancos, sobre todo después de que un Tavares decisivo
se fuera a los tiros libres. Sólo anotó uno, pero Campazzo, fiero y hambriento
durante todo el partido, recuperó el balón en la jugada siguiente finalizada
precisamente por un Tavares que hundía la bola y ponía una insalvable ventaja
de doce puntos a 2.12 para el final. No hubo milagro azulgrana final y los de
Laso supieron administrar la ventaja hasta el 68-74 final que queda ya para la
historia.
No han sido las mejores finales de la historia, pero
la igualdad de los dos partidos centrales y sobre todo el extraordinario
desenlace del G2 con la ya histórica canasta de Jaycee Carroll han situado la
final de Liga Endesa en un aceptable plano mediático teniendo en cuenta que, no
descubrimos nada, prácticamente toda la información deportiva de este país vive
devorada por el fútbol. Hemos asistido a unos cuantos buenos duelos
individuales y a la explosión definitiva de un Facu Campazzo coronado con
justicia como MVP. Totalmente desactivado en el segundo partido, sus números en
el resto de la serie son fantásticos. Su valoración media, incluyendo el borrón
del mencionado segundo encuentro, es de 19.25, pero es que entre el primero,
segundo y cuarto suma una media de 26. Descomunal. En el partido definitivo
deja 15 puntos, 9 rebotes y 6 asistencias que no dejan lugar a dudas sobre la
justicia de su galardón individual. Pero es que además ha sido el jugador mejor
valorado durante todas las series de playoffs (cuartos de final, semifinales y
finales) con una media de 18.4. Aquel jugador con colmillo competitivo que ya
se intuía cuando llevó al UCAM Murcia a los playoffs por el título de 2016 se
ha convertido en un auténtico depredador desde sus apenas 1.80 de altura. En un
juego de gigantes el Facu reivindica el baloncesto de vértigo y velocidad de
crucero. Otro enorme acierto de la secretaria técnica cuando en verano de 2014
se hizo con los servicios de aquel pequeño base que acababa de ganar la liga
argentina con el Peñarol. Aquel verano de 2014 tan convulso que a punto estuvo
de costar la salida de Pablo Laso del banquillo blanco en el que hubiera sido
el mayor error histórico del laureado club de la capital de España.
Y es que es inevitable volver a mirar al banquillo y
hablar de Pablo Laso para entender este nuevo triunfo madridista. El vitoriano
ha mantenido un vibrante pulso táctico con su homólogo barcelonista en el que
han quedado claras las diferencias de conceptos y filosofías respecto a este
juego. Hay que recordar que Pesic sigue siendo uno de los pocos (a decir verdad
incluso no puedo confirmar que no es el único) entrenadores que puede decir que
su balance personal contra el Madrid de Laso arroja saldo positivo (7-5) Como
ya hemos comentado a lo largo de las series finales, el ritmo de juego impuesto
ha sido más cercano a la idea de Pesic que a la del madridista. Hay que
recordar que el Real Madrid fue el equipo más anotador de la temporada regular
con una media de 89 puntos por partido. Promedios que apenas menguaron al
llegar los playoffs, si no que por momento incluso aumentaron. En cuartos de
final el Baxi Manresa recibe 93 puntos de media, mientras que en semifinales el
Valencia encaja 83.6 por partido. La media total de los cinco encuentros de
playoffs antes de las finales es de 87.4 puntos por partido. Pesic consigue que
su Barcelona sólo encaje 79.75 de media, una cantidad muy respetable para unas
finales, pero con el mérito de conseguir lo que parece un imposible: que el
Madrid baje de los 80 puntos por partido (simplemente con irnos a las finales
del pasado año, el Baskonia, que también pierde la serie contra el Real Madrid
por 3-1 encaja nada menos que 91.75) No es sólo la realidad de los fríos
números. Apenas hemos visto contrataques del equipo blanco y sus posesiones han
sido más largas de lo habitual. En ese sentido Pesic puede apuntarse un tanto
(otro debate, totalmente legítimo, es de pensar si con este equipo y jugadores
un club como el Barcelona ha de conformarse con jugar a desactivar al rival
antes de activarse él mismo, o dicho de manera más llana, si un equipo como el
Barcelona debe salir a la cancha pensando en destruir más que en crear), pero
precisamente el ser capaz de sobrevivir en un estilo tan hostil y poco amable
para el habitual juego madridista engrandece la figura de Laso y deja sin
argumentos a quienes critican al vitoriano como entrenador de un único estilo. Las
finales han dejado en evidencia de igual modo la diferente gestión de los
recursos humanos por parte de ambos técnicos. Muy comentado fue el final del
segundo partido en el que Laso daba plena confianza a Jaycee Carroll mientras
que Pesic prefería jugar los minutos decisivos sin un Heurtel estratosférico
(al igual que sucedió en la final de Copa, aunque en aquella ocasión se habló
de que el francés, igualmente letal, estaba acalambrado), a partir de dicho
segundo partido el serbio cambia su quinteto titular. Ribas y Tomic, titulares en
los dos encuentros de Madrid, desaparecen en favor de Kyle Kuric y Oriola en el
tercero, y en el cuarto revolución total con Heurtel, Kuric, Hanga, Claver y
Oriola de inicio. Cierto es que en baloncesto el quinteto titular es algo muy
relativo e incluso intrascendente para el desarrollo del partido, pero en el
caso de Ribas apenas cuenta para su entrenador después del segundo partido
(inédito en el tercero y 8 minutos en el cuarto) Pasar de quintetos tan altos
como el inicial de Pangos-Ribas-Claver-Singleton-Tomic a salir de inicio sin
pívot puro demuestra las constantes dudas de Pesic. Y aunque nos gusta ver a
los entrenadores probando cosas y huyendo del inmovilismo, los malos modos del
serbio con los periodistas cuando ha sido cuestionado por las rotaciones transmiten
la propia inseguridad del técnico barcelonista. Ni él mismo creía en lo que
hacía. A nivel individual deja a Heurtel, su mejor jugador de la temporada,
como el gran señalado, sobre todo después de la monumental bronca del cuarto
partido cuando Causeur anota un triple sin la oposición del base barcelonista…
que estaba precisamente cubriendo la amenaza de tiro de Randolph. La bronca, en
todo caso, debería haber sido compartida con Singleton, quien dejó solo a
Randolph y posteriormente salió a puntear a Causeur, pero Pesic en el posterior
tiempo muerto sólo abroncó al base francés delante de las cámaras de Movistar. Laso
por su parte se mantuvo fiel al mismo quinteto titular durante todas las
finales: Facu-Rudy-Deck-Randolph-Tavares.
Y finalmente un dato absolutamente demoledor para
que seamos capaces de entender la importancia del señor que está en el
banquillo y dirige desde hace ocho años la nave madridista. Pablo Laso ha
jugado estas finales con el mismo equipo que la pasada temporada a excepción
del MVP de todo lo jugado el pasado año y flamante nuevo Rookie del Año en la
NBA, Luka Doncic, cuya plaza la ha ocupado un recién llegado como Gabriel Deck
sin experiencia en el basket europeo. Piénselo bien. Imaginen cualquier equipo,
el que quieran, y quítenle su jugador más valioso durante toda una temporada, y
con ese mismo equipo, vuelvan a ganar una liga como la ACB. ¿A qué no les
parece tan fácil?
La tercera gran era del baloncesto madridista,
después de las de Pedro Ferrándiz y Lolo Sainz vuelve a escribir otra página
gloriosa. Dicen, con razón, que lo difícil no es llegar si no mantenerse. En un
baloncesto cada vez más competitivo y exigente, con calendarios más cargados y
rivales mejor preparados y con más herramientas de conocimiento y “scouting” sobre
el equipo a batir, Pablo Laso se empeña en alargar un ciclo triunfal que no
sólo asombra por lo infatigable en el triunfo resultadista, sino también porque
sigue llenando los pabellones y siendo posiblemente (con permiso del CSKA Moscú)
el equipo más divertido de ver.
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