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miércoles, 24 de julio de 2013

EL RETORNO DEL JEFE


Chavales, ponedme unas botellas a enfriar.


Las paradojas del mundo del deporte y que por desgracia tan bien conocemos en nuestro devaluado país. Mientras la antaño reluciente ciudad de Detroit ocupa la primera línea informativa ejemplificando el gran fracaso del capitalismo liberal y su empeño en obtener los más cuantiosos beneficios privados a través del mayor sufrimiento público posible, a pocos kilómetros de la urbe, formando parte aún del área metropolitana de Detroit, en las colinas de Auburn Hills, encontramos un Palace baloncestístico que vuelve a soñar con ver a sus Pistons en play offs después de cuatro años sin pisar post-temporada.   

El principal argumento para la renovación de esperanzas por parte del sufrido seguidor de la MoTown responde al nombre de Josh Smith. El completo forward de Georgia llega a la ciudad del motor como uno de los agentes libres más deseados del verano y dispuesto a convertirse en el nuevo líder de la franquicia desde que el tip-off inicial dé comienzo a la próxima temporada. A su lado deben seguir creciendo los jóvenes Brandon Knight, Greg Monroe y Andre Drummond para consolidar a Detroit como un equipo nuevamente de play offs y que se sitúe al menos en el segundo escalón entre los equipos fuertes del Este (en el primero claramente figuran a día de hoy Miami, Indiana, Chicago y la nueva sensación llamada Brooklyn Nets) Pero no es Smith la única reciente incorporación de la franquicia ganadora de tres títulos, ya que en los últimos días los aficionados han recibido la agradable noticia del retorno de uno de los jugadores más queridos y que más profunda huella han dejado en la MoTown en los últimos tiempos: nada menos que el líder de los últimos Pistons campeones, el jefe de aquella banda de forajidos que asaltó la NBA y dejó con la miel en los labios a los Fab Four angelinos (Kobe, Shaq, Karl Malone y Payton) Hablamos, como no, del gran Chauncey Billups, cuya influencia en el equipo era tal que baste recordar que con el genial base de Colorado en sus filas Detroit jamás estuvo ausente de unas finales de conferencia, llegando a disputar seis consecutivas, y en cuanto salió del equipo a cambio del ignominioso Allen Iverson el club del motor avistó el cataclismo cayendo de inmediato en primera ronda contra Cleveland sin ganar un partido (4-0) y sin pisar play offs los cuatro años siguientes (mientras que Denver jugaba sus primeras finales de Conferencia en más de 20 años a los pocos meses de la llegada de Chauncey). Es decir, los seis años de Billups en Detroit se traducen en seis finales de Conferencia. Los cinco años posteriores sin él se cifran en cuatro partidos de play offs y ninguna victoria durante todo ese lustro. Eso es Billups para Detroit.     


La noche y el día.


Curiosamente su salida dio comienzo a una reconstrucción de la que ahora también va a ser partícipe. Que paradójico, y que error el de Joe Dumars permitiendo su traspaso a cambio de un jugador absolutamente en las antípodas del estilo de juego genéticamente adquirido en Detroit cuya base principal es la química así como el sacrificio conjunto, como era un Allen Iverson tan genial como individualista y ya en unos años de su carrera en los que sólo parecía preocupado por hacer números estadísticos y engordar los de su cuenta corriente. Sin un líder ambicioso como Billups (MVP de las finales de 2004) Detroit comenzó su particular travesía por el desierto. Con el espacio salarial dejado por el traspaso de Chauncey, y con Iverson (quien acabó la temporada como suplente y “enfermo imaginario” al que constantemente le surgían repentinas lesiones para no jugar) dando la espantada, Dumars fue a por jugadores de nivel bastante regular como Charlie Villanueva o Ben Gordon. La renovación no ha dado sus frutos hasta el momento y Detroit ha sido de las peores escuadras NBA en los últimos años, aunque se han enmendado viejos errores pasados gracias a los aciertos en las elecciones del draft de Brandon Knight (número 8 en 2011) y sobre todo de los interiores Greg Monroe (número 7 en 2010) y Andre Drummond (número 9 en 2012) Ninguno de ellos ha sido un Top 5 del draft (como tampoco lo ha sido la elección de este año en el puesto número 7, el exterior Kentavious Caldwell-Pope, y es que no ha tenido precisamente suerte la franquicia de Michigan a la hora de los sorteos), ni ninguno parece en principio una superestrella (aunque los dos pívots tienen sobrado potencial para serlo), pero se percibe la calidad suficiente como para que sobre ellos y Josh Smith se asienten ya los nuevos Pistons que también necesitarán de las prestaciones de otros jóvenes como el sueco Jonas Jerebko o el ex –madridista Kyle Singler. Pistones de reciente cuño dirigidos por el mítico ex –jugador Maurice Cheeks, uno de los mejores bases de su época con una larga carrera NBA basada sobre todo en la ciudad de Philadelphia. Cheeks encabeza un cuerpo técnico en el que también figura otro mito reciente para el Palace de Auburn Hills: el inigualable y lenguaraz Rasheed Wallace, también campeón en 2004, y quien tras colgar las botas debuta como técnico asistente en “su casa” (aunque llegó a jugar incluso más temporadas en Portland que en Detroit) 


Pero que a nadie le quepa duda de que el auténtico jefe de la pandilla será una vez más el viejo Chauncey Billups. Camino de los 37 años sus piernas ya no son las mismas que las de hace una década, y en sus últimas temporadas el declive físico ha sido una realidad tristemente patente. Pero hablamos de otra cosa, de algo que va más allá de la mera producción deportiva. Hablamos de símbolos que hacen que los clubes brillen mucho más que lo que indican los títulos expuestos en las vitrinas y que permiten que los aficionados mantengan un orgullo e identificación constante con dichos clubes. Fue un error traspasar a Billups, y no deja de ser paradójico que finalmente vuelva cuando la reconstrucción parece llegar a su fin y toca volver a ser equipo de play offs. Es bueno tenerlo de vuelta.       

jueves, 31 de enero de 2013

EL PRIMER Y ÚLTIMO PISTON


Unos que vienen y otros que se van...


Importante trade anoche en la NBA. Los Memphis Grizzlies, quienes ya advirtieron desde la llegada de su nuevo propietario (un multimillonario de 34 años llamado Robert Pera… hay que ver que bien definen algunos apellidos) que se iban a mover mucho en estos menesteres para intentar liberar masa salarial y poder mantener su competitivo bloque en la mayor manera posible, se deshicieron de su alero titular Rudy Gay, un magnífico jugador pero que no parece clave en la química de un roster que ha encontrado tan preciado elemento después de varios años. El movimiento lleva al forward a Toronto, donde a buen seguro no tendrá problema para desarrollar al máximo su incontinencia tiradora, e implica a los Detroit Pistons, que reciben a José Manuel Calderón y lleva a sus aleros Prince y Daye, junto al ex –Raptors Ed Davis a Memphis, que conforma así una plantilla bastante interesante pese a la perdida de una estrella como Gay. 

Como algunos lectores de este blog sabrán, soy un gran seguidor de los Pistons desde hace algo así como un cuarto de siglo, cuando empecé a seguir y conocer el baloncesto de la mejor liga del mundo. Por lo tanto no puedo pasar por alto esta noticia que tiene cierto simbolismo para cualquier seguidor español de la franquicia de la MoTown, el simbolismo que hemos intentado reflejar en el título de esta entrada.

José Manuel Calderón se convierte en el primer español en formar parte de una franquicia histórica y ganadora de tres anillos como son los Pistons de Detroit. Es cierto que no viven sus mejores momentos, de hecho hablamos de uno de los equipos más flojos de la NBA en la actualidad (intentando reconstruir un futuro que puede ser brillante alrededor del trío Knight/Monroe/Drummond), y que la participación del base internacional español con la elástica del equipo de la ciudad del motor puede verse reducida posiblemente a lo que queda de aquí a final de temporada, cuando se convierta en uno de los agentes libres más cotizados del mercado en el puesto de base, pero no lo olvidemos, es el primer español en jugar en los Pistons. La noticia evidentemente no tiene el impacto de la de aquel 1 de Febrero de 2008 en la que toda España celebró al traspaso de Pau Gasol al club más glamouroso de la NBA y que con su llegada se convertía en claro aspirante al título, pero que caray, a mí me hace ilusión ver a uno de los nuestros en mi equipo, llevando la misma camiseta que en su día lucieron los Thomas, Dumars y compañía.   


Greg y Andre, una pareja de "angelitos" a la que surtir de balones.


Y la llegada de Calderón por otro lado supone el auténtico fin de una gran era en los Pistons, que en mi opinión tuvo un comienzo precipitado con el equivocado traspaso de un todavía muy válido Chauncey Billups (quien por cierto, su dorsal número 1, que ahora luce Drummond, debería haber sido retirado por todo lo dado al club) por un Allen Iverson de vuelta de todo a finales del 2008. A partir de ahí la salida de Rasheed Wallace a Boston, la de Richard Hamilton la pasada temporada a Chicago, junto a la retirada de “Big Ben” Wallace, dejaban a Tayshaun Prince como último exponente de la última era gloriosa de los Detroit Pistons, cuyo cenit fue el anillo de campeones de la NBA en 2004, otra final, cayendo frente a San Antonio, y varias finales de conferencia. En definitiva un equipo claramente dominador en el Este durante la primera década del siglo XXI con un quinteto titular que los buenos aficionados a la franquicia del motor recordamos y recordaremos durante mucho tiempo de carrerilla por todos los buenos momentos que nos proporcionaron: Chauncey Billups, Richard Hamilton, Tayshaun Prince, Rasheed Wallace y Ben Wallace.  

Un quinteto, una época, una década de leyenda.


Esperemos que a Calderón le vaya bien en su nuevo destino, cargado además de una extraordinaria mitología musical. Hablamos nada menos que de la cuna del sello MoTown, uno de los más extraordinarios labels de música popular afroamericana, puro soul de llenar pistas de baile y poner las emociones a flor de piel. No sólo eso, Detroit posteriormente fue una de las ciudades donde mejor comenzó a gestarse el más crudo y genuino proto-punk americano con bandas como MC5 o los Stooges. Entre medias, aventuras lisérgicas y ensoñadoras como las de los infravalorados SRC. Baloncesto y rock&roll, amigos míos, las cosas buenas de la vida. Aquí les dejo unos temas para celebrarlo.   






lunes, 30 de enero de 2012

REDEFINIR UNA POSICIÓN

Quizás hoy no sea el mejor día para escribir, una vez más por estos lares, sobre Ricky Rubio. Ciertamente su partido de anoche contra los Lakers fue una de sus actuaciones más grises de la temporada, mostrándose errático en el tiro y poco resolutivo en defensa. Aún así volvió a dejar unas cuantas acciones de esas que se quedan en la retina del aficionado, y los mejores minutos de juego T-wolf vinieron de sus manos a finales del tercer cuarto y comienzos del último, donde los Minnesota, espectacularmente dirigidos por Ricky, lograron remontar nada menos que 17 puntos de diferencia ante el equipo de Mike Brown. No obstante fue remar para morir en la orilla y el equipo de Minneapolis volvió a evidenciar enormes carencias en prácticamente todas sus líneas, lo cual no hace si no dar mayor mérito al hecho de que este equipo lleve ya 9 victorias en su casillero en los primeros 20 partidos disputados.     

Como un Beatle conquistando América...


No fue ayer como decimos una buena noche para Ricky, pero no obstante hay que estar a las duras y a las maduras, y cumpliendo nuestro joven base internacional sus primeros 20 partidos en la mejor liga del mundo teníamos claro que hoy era un buen día para seguir repasando su brillante e impactante temporada, continuando nuestra actualización que conmemoraba sus diez primeros partidos en la NBA. 

Pese al mal sabor de boca dejado por su último partido, lo cierto es que en la decena de partidos consecutiva a nuestra anterior entrada dedicada al mago de El Masnou, las exhibiciones y buenas actuaciones han sido norma por encima de los malos partidos.   

Para empezar dejábamos a Ricky con un balance en su franquicia de 3-7 en cuanto a victorias-derrotas en sus diez primeros partidos. No obstante con muy buenas sensaciones y partidos competidos frente a equipos muy superiores a los Wolves, cuando no favoritos claro al título esta temporada (casos de Miami u Oklahoma), sin embargo esta decena de encuentros que analizamos en esta entrada se salda con un balance favorable de 6-4. Algo realmente espectacular si hablamos de una franquicia que, recordemos una vez más, en las dos últimas temporadas ganaba tres de cada diez partidos. Luego hay motivos para sonreír en el club de Minneapolis. Decena de partidos en los que Ricky ha aumentado considerablemente (y peligrosamente diría yo, ya que tanta minutada empieza a pasar factura en las piernas) su tiempo en la pista, se ha asentado como titular,  y ha visto como su rol y liderazgo se han afianzado, y ya nadie duda de que es directamente el segundo jugador más importante del equipo tras, como no, Kevin Love.   



Estos diez partidos se iniciaban precisamente con el encuentro que nos sirve para titular la entrada de hoy como desvelaremos más adelante, gracias a Monty Williams, head coach de la franquicia neorleana. Ricky contribuye decisivamente a la victoria con 12 puntos, 9 asistencias, 4 rebotes y 3 robos, rozando otro doble-doble de esos a los que nos tiene tan acostumbrados.   

Contra Atlanta llega a su tope anotador (que repetirá un par de semanas después contra San Antonio), llegando a los 18 puntos, acompañados de 12 asistencias, 4 rebotes y 5 robos, en una de sus mejores faenas, que sin embargo no sirvió para la victoria, pese al empeño del base español que en todo momento metió a su equipo en el partido, incluyendo esos cinco puntos en los instantes finales con un triple que empataba el marcador. Una vez más la falta de experiencia y madurez condenó a los Wolves a otra derrota pese a dejar una buenísima imagen en una cancha a priori inasequible para ellos como la de los Atlanta Hawks.

A partir de ahí tres victorias seguidas de Minnesota frente a Sacramento, Detroit, y sobre todo, y muy meritoriamente, tomando el Staples Center de Los Angeles frente a los esta temporada poderosos Clippers, con otro triple final para empatar el marcador, y el celebrado buzzer-beater de Love en la jugada final. Ricky, sin maravillar en números, dejó sensaciones de liderazgo brutal, siendo decisivo en la defensa sobre Chauncey Billups en los instantes finales, e incluso atacando a un Mo Williams que estaba siendo el mejor del partido, y provocando su expulsión. Pese a no dejar una tarjeta estadística tan brillante como en otros encuentros, lo cierto es que esa jornada en el Staples fortaleció enormemente la figura de Ricky como jugador jerárquico y con capacidad para dominar partidos en ambos lados de la pista. No es habitual ver a un rookie ser capaz de provocar faltas en ataque a auténticos veteranos de la NBA como los citados Billups o Williams. Fue un magnífico golpe de autoridad, de esos que no suelen reflejarse en las estadísticas, pero otorgan a un jugador rango y graduación sobre el parquet. Esa noche Ricky se ganó ese título que sólo ostentan los más grandes directores del juego, el de “floor general”.  

Ricky dominando la situación ante Billups. El partido del Staples, sin ser su mejor actuación en números, si lo fue  en sensación de autoridad.


Tras tomar el Staples la pandilla de Ricky cayó en la siempre complicada cancha de Salt Lake City, a pesar del estupendo trabajo de Rubio (17 puntos, 11 asistencias, 3 rebotes, 4 robos) y posteriormente en casa ante los sorprendentes Rockets de Kevin McHale, para retomar la senda del triunfo ante dos rivales muy complicados pero a los que parecen haberles tomado la medida esta temporada, ya que les han vencido las dos veces que se han visto las caras. Dallas Mavericks, los actuales campeones que además celebraban la “fiesta del anillo” ante su afición y cayeron estrepitosamente ante unos Minnesota liderados por un Ricky que realizó una brutal exhibición de exhuberancia física. Con Luke Ridnour ausente por lesión, además de la ya habitual de JJ Barea, nuestro protagonista se mantuvo en pista nada menos que 46:27 minutos de juego, o dicho de otro modo, apenas encontró un mínimo descanso de minuto y medio en todo el partido. Una brutalidad que no le impidió rendir en todo momento y acabar con 17 puntos, 12 asistencias, 7 rebotes y 4 robos, a la puerta de su primer triple-doble, que visto lo visto no parece tan descabellado pensar que pueda llegar en su temporada de novato. Ricky aún se guardó fuerzas tras tamaña paliza para tan solo 48 horas después ajusticiar a los Spurs con su octavo doble-doble de la temporada. 18 puntos y 10 asistencias frente a un Tony Parker quien es ya un viejo conocido (otra de esas cosas que no dejan de asombrarnos de Ricky, que estemos hablando de un chaval de 21 años, y duelos como los que mantiene contra Parker nos parezcan ya clásicos del baloncesto moderno)   

Tony y Ricky, viejos enemigos.


Anoche, como ya hemos comentado, un Ricky agotado y extenuado ofreció su peor cara frente ante estos nuevos y defensivos Lakers de Mike Brown (afortunadamente para el aficionado español en cambio pudimos disfrutar de la mejor versión de Pau Gasol, ofreciendo una exhibición de recursos ofensivos de puro “power-forward” tanto al poste como a la media distancia, y con una serie de asistencias a Andrew Bynum en el decisivo tramo final que vuelven a confirmar que Pau es el hombre alto con mayor entendimiento del juego y mejor visión de toda la liga), y es que mucho nos tememos que las piernas de Ricky de un momento a otro tendrán que empezar a pagar la tremenda exigencia física a la que se está viendo sometido. No obstante sus primeros 20 partidos NBA le confirman, no sólo como uno de los mejores rookies de esta temporada, cosa que no admite discusión, si no directamente ya como uno de los mejores bases de toda la liga, esto es, del mundo.  

Pau se la jugó anoche a su amigo.
  

Los números de Ricky en estos momentos le colocan como el tercer mejor asistente de toda la liga, sólo superado por Steve Nash y Rajon Rondo. Tercero también figura en robos de balón por partido, donde sólo le miran por encima Mike Conley y Chris Paul. El base español es por lo tanto Top-3 en dos de las categorías más definitorias del trabajo de un base. No cabe ninguna duda, Ricky ya es uno de los bases “pata negra” de la NBA, una liga que se confirma como el habitat natural para su juego que, vuelvo a repetir, es la perfecta conjunción entre la ortodoxia y la heterodoxia. Es el chaval que sigue jugando para divertirse como si estuviese en el play-ground de su barrio, pero es a la vez el veterano de 21 años que es capaz ya de dominar partidos ante bases que llevan 15 años de carrera NBA a sus espaldas, y que sólo juega con la obsesión de la victoria entre ceja y ceja. Su cita con Kobe Bryant para los JJOO de Londres es un ejemplo. 

Como escribí hace unos párrafos, el título de la actualización de hoy se la debemos a Monty Williams, el joven entrenador jefe de los New Orleáns Hornets, cuando tras sufrir en sus carnes el juego de Ricky afirmó que el catalán era un jugador tan especial que incluso podría redefinir la posición de base. Pocos elogios más estratosféricos se me ocurren para un jugador de baloncesto que el ser considerada su carrera como la que marque un antes y un después en su posición. Nosotros no vamos a llegar tan lejos, ya que en más de 100 años de historia de este deporte es muy difícil pensar que realmente haya nuevos “especimenes” capaces de hacer cosas que no se han hecho antes. Es cierto que el evolucionismo salvaje de este deporte no se ha detenido jamás y a nadie sorprende ya la posibilidad de la existencia de hombres que con apenas 1,70 de estatura puedan machacar la canasta, o de gigantes de 2,20 que driblen como un auténtico base. El baloncesto parece no poner límite alguno a todas las fantasías y proezas inimaginables. Pero desde luego hay mucho en las palabras de Williams para mover a la reflexión sobre el tipo de jugador que representa Ricky en el baloncesto NBA. Ese baloncesto NBA en el que cada año aparece un Kyrie Irving, pero créanme… sólo hay un Ricky Rubio. 

lunes, 12 de diciembre de 2011

FÍSICA Y QUÍMICA

Ben Wallace, profesor de Física.


Al hilo de lo que comentábamos en nuestra anterior entrada sobre Pau Gasol y su “puesta en el mercado” por parte del club angelino con el que ha disputado sus últimas y provechosas tres y media campañas NBA, seguimos hoy incidiendo en un mercado pre-season absolutamente frenético y salvaje que roza el canibalismo. Ha sido tanto el tiempo perdido en el lock-out que ahora toca recuperar terreno desde unos despachos que se convierten en trincheras bélicas donde no hay lugar para los sentimentalismos ni los titubeos. La NBA es el mayor espectáculo deportivo del mundo, pero también es un escenario de negociaciones cruento en el que los poderosos atletas de la canasta normalmente nunca tienen la última palabra. Ya lo dijo Kobe Bryant (el único jugador en toda la galaxia NBA con capacidad para vetar su propio traspaso) asediado por la prensa en el primer día del training camp lagunero. No se puede ser blando emocionalmente. Se trata simplemente de negocios. 

Mientras que Billups se dedicaba a la Química.


Comentábamos también que la historia de la NBA está llena de traspasos de jugadores históricos y ganadores de títulos de los que sus franquicias no dudaron en prescindir en cuanto pensaron que tocaba reconstrucción. Mencionaba el caso de Scottie Pippen, por lo que tiene de conocido en el imaginario popular como escudero de Michael Jordan en los Bulls ganadores de seis anillos, pero hay un caso bastante más reciente que para mí, personalmente, me resultó harto doloroso. El traspaso de Chauncey Billups por Allen Iverson. No vamos a volver a repetir todos los argumentos que esgrimí en su día en lo que consideré un error garrafal desde los despachos de la MoTown, desde esa franquicia que tanto he admirado a lo largo de los años, pero lo cierto es que la patada a Billups, MVP de las finales del 2004 en nuestro tercer y último anillo, fue el principio del fin para un club que había jugado nada más y nada menos que seis finales de conferencia de manera consecutiva. Seis finales en seis temporadas que fueron curiosamente las que el gran Chauncey vistió la elástica de la ciudad del motor. Su marcha a Denver por un jugador diametralmente opuesto en su concepción del baloncesto como juego de equipo como ha sido Allen Iverson tuvo consecuencias inmediatas en la hasta el momento exitosa plantilla de Detroit. Eliminados en primera ronda, y a partir de ahí, ausencia de participaciones en post-temporada.   

Con él llego el declive.


A pesar de que la NBA es una liga muy voluble, con franquicias que cambian con facilidad pasmosa de fisonomía y hasta de plaza, hay unos cuantos clubes con los que el aficionado encuentra una fácil identificación. Los casos más claros son Boston Celtics y Los Angeles Lakers, que por supuesto son las dos franquicias con mayor número de títulos en la historia de esta liga (17 los de Massachussets por 16 los californianos) A los verdes célticos se les suele relacionar con el orgullo, el trabajo y la sobriedad, caracterizados en jugadores como John Havliceck, su máximo anotador histórico, jugador que elevó la categoría de “sexto hombre” a la de estrella absoluta, sin ser titular ni un partido, y anticipo de Larry Bird como alero blanco de incontestable oficio ante el aro, Bill Russell, el hombre con más anillos en la historia, ganador de once ligas, posiblemente el mejor jugador defensivo de todos los tiempos y ejemplo de lo que debe ser un cestista para el juego colectivo por encima de los números individuales, y por supuesto, el citado Larry Bird, versión mejorada de Havliceck, dotado de uno de los mayores “IQ” baloncestísticos de la historia, alero con cerebro de base y con capacidad innata para la belleza estética del juego, pero cuyas limitaciones físicas le hicieron basarse en la sobriedad y eficacia por encima del espectáculo. Cierto es que también habría que mencionar al “Houdini de Hardwood”, el talentoso Bob Cousy, este si más dado al baloncesto prodigioso que sobrio, pero sin perder nunca la efectividad productiva. En definitiva jugadores serios, fríos, y muchos de ellos blancos. Los Lakers por otro lado siempre han significado el glamour y el espectáculo, incluso antes de la llegada del gran “Magic” Johnson y su showtime. Elgin Baylor, el “logo” Jerry West, el propio “Magic”, el martillo pilón de Worthy y sus contraataques asesinos, o esa serpiente mortal conocida como la Black Mamba encarnada en un jugador de baloncesto llamado Kobe Bryant, serían los exponentes de esa querencia angelina por el juego lustroso y espectacular (sin olvidar, por supuesto, su enorme dinastía de grandes pivots, desde Mikan hasta Shaquille) 

Un quinteto para el recuerdo.


Justo es reconocer también que mis queridos Detroit Pistons tienen sus propias señas de identidad. Un estilo rocoso, granítico, duro, sacrificado, en el que el componente principal es la química de equipo. Cierto es que hemos disfrutado del talento de los Thomas, Dumars, Billups o Rasheed Wallace, pero no es menos cierto que jugadores tan limitados técnicamente como Rick Mahorn o Ben Wallace, muy difícilmente pudieran haber sido piezas claves y jugadores titulares en un equipo campeón de la NBA, en otra franquicia que no fuera la de la ciudad más importante del estado de Michigan. Los buenos aficionados aún recuerdan sin titubear aquel equipo campeón de 2004, el último gran equipo de Detroit, que aplastó sin contemplaciones y contra todo pronóstico a los grandes favoritos. Unos Lakers que además de los ya por aquel entonces tricampeones Kobe Bryant y Shaquille O’Neal se habían reforzado con la presencia de dos impactantes veteranos como Karl Malone y Gary Payton, dos estrellas de renombre y probada solvencia que no dudaron en rebajar sus costosas fichas salariales para conseguir el ansiado sueño del anillo, una vez que veían sus carreras llegando al final (en el caso de Payton finalmente lo conseguiría más tarde en Miami, al lado de precisamente Shaquille), conformando entonces un impresionante “Fab Four” que parecía muy superior a los Pistons de Larry Brown impregnados de ese componente esencial para cualquier equipo campeón: química. 

El Príncipe, el último hombre...
...y su heredero, Austin Daye.


No fue aquel un éxito pasajero, como decimos aquellos Pistons jugaron seis finales del Este de manera consecutiva, aunque sólo consiguieron un título, en el recuerdo del aficionado figura ese quinteto que hacía del músculo una filosofía y de la defensa una religión. Billups-Hamilton-Prince-Sheed-Big Ben. El año anterior al anillo ya habían avisado de sus posibilidades de la mano del actual técnico campeón, ese sosias de Jim Carrey llamado Rick Carlisle, infravalorado y gran coach al que el tiempo le va haciendo justicia, llegando a la final de conferencia donde fueron derrotados por los Nets de Jason Kidd, Richard Jefferson y Kenyon Martin. Aquello fue el comienzo de más de un lustro de éxitos para la MoTown, que tocaron a su fin con la marcha del gran director, del “floor general”, de la excelsa batuta que manejaba como nadie Billups, a cambio de un egoísta e individualista Allen Iverson, posiblemente el jugador que mejor pueda representar la antítesis de la filosofía habitual en los de Michigan. Durante aquellos seis años el equipo se recompuso a la marcha del ahora retornado Ben Wallace, un extraño elemento que gracias a sus prestaciones en Detroit obtuvo un suculento contrato en Chicago que jamás hubiera podido imaginar en sus duros comienzos que le llevaron incluso a buscarse la vida en Italia. Con Rasheed Wallace retirado, y la noticia del corte del ya mítico RIP Hamilton, confinado al terreno de los “waivers” como un temporero cualquiera, y Big Ben relegado a un papel bastante residual en la actual y extraña plantilla de los Pistons, sólo Tayshaun Prince permanece como orgulloso estandarte de un reciente pasado ganador, esperando que los jóvenes pistones, entre ellos un clon del propio Prince llamado Austin Daye, el sorprendente Jonas Jerebko, o el imponente Greg Monroe, vuelvan a hacer que en la cartilla de notas de la franquicia de Detroit al final del curso se refleje nuevamente la máxima calificación, una Matrícula de Honor, en la que siempre fue la asignatura favorita de este equipo: la química.  

Waivers de lujo: RIP Hamilton y Chauncey Billups