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jueves, 1 de agosto de 2013

UNA CARRERA EN NÚMEROS





Cuando el pasado Junio dedicábamos un par de entregas de nuestro blog a rendir un pequeño homenaje al Grant Hill tras su retirada después de casi dos décadas de profesional NBA, un amable lector comentó en tono jocoso que cuando tratásemos la retirada de Jason Kidd, de carrera más extensa (y más sana) que el alero tejano aquello nos iba a ocupar bastante más de dos entradas de blog. Pero lo cierto es que desde mi propio subjetivismo no he visto nunca a Kidd de la misma manera que a Hill, no hay el mismo aprecio que el que siento por un ex –piston que estaba llamado a marcar una época en la NBA de no haber tenido tantas desgracias, algunas de tanta seriedad que casi cuestan con su vida. De todo ello ya hablamos en su momento. 

El caso es que Jason Kidd nunca ha sido un jugador que me haya transmitido nada especial. Ningún atisbo de magia, ningún destello de genialidad, alguna chispa. Pero hablamos de un jugador a todas luces descomunal. Un ejemplo de profesionalidad y de pasión por este deporte. Al no conocer personalmente al personaje uno tiende a basar su opinión en lo que le llega de él, especialmente a través de las entrevistas. En ese escenario Kidd siempre ha dejado clara su motivación, hambre y deseo a la hora de vestirse de corto. Sólo así se puede entender su apabullante producción estadística en todos los apartados del juego, y su inusual capacidad reboteadora en un base de 193 centímetros. Kidd ha sido un devorador de registros que deja unos números en lo individual para la historia. Y es en este aspecto, en el puramente estadístico, donde sí creemos que merece la pena detenerse a contemplar la deslumbrante cosecha de cifras que deja el nuevo entrenador de los Brooklyn Nets. Un ejemplo de longevidad deportiva y de competitividad más allá de su edad o de las aspiraciones de la camiseta que vistiese en cada momento. En definitiva, la carrera de un auténtico enamorado de este deporte que ha disfrutado dándolo todo cada segundo que ha estado en cancha. Hablamos, nadie lo olvide, de quien con justicia ha recibido el apodo de Mr. Triple Doble debido a su facilidad para conseguir dobles figuras en tres registros estadísticos distintos. Este es Jason Kidd en números: 

-Nacido el 23 de Marzo de 1973 en San Francisco, California. 

-Elegido mejor jugador de instituto a nivel nacional en 1992 en el St.Joseph Notre Dame High School de Alameda, California (Naismith Prep Player of the Year Award)

-14.9 puntos, 8.4 asistencias, 5.9 rebotes y 3.5 robos en su carrera NCAA (2 temporadas en los California Golden Bears) 

-Jugador del año de la Pacific 12 Conference de la NCAA en 1994

-Dos oros olímpicos y tres oros continentales. 56 veces internacional (balance 54-2)

-12.6 puntos, 8.7 asistencias, 6.3 rebotes y 1.9 robos en su carrera NBA (19 temporadas)

-Ha vestido cuatro camisetas distintas en el baloncesto profesional estadounidense, Dallas (8 temporadas), New Jersey (7 temporadas), Phoenix (5 temporadas) y New York (1 temporada)

-17 veces jugador de la semana, 3 veces jugador del mes, 1 vez rookie del mes.

-Rookie del año e integrante del mejor quinteto de rookies de la NBA en 1995.

-5 veces en el mejor primer quinteto de la NBA

-1 vez en el segundo mejor quinteto de la NBA

-4 veces en el mejor quinteto defensivo de la NBA

-5 veces en el segundo mejor quinteto defensivo de la NBA

-10 veces All Star Game

-Ganador del concurso de habilidades del All Star Game (Skills Challenge) en 2003 

-Jugador más deportivo del año en 2 ocasiones. 

-Campeón de la NBA en 2011 (Dallas Mavericks)

-Campeón de la Conferencia Este en 2002 y 2003 (New Jersey Nets)

-Segundo clasificado en las votaciones para el MVP en 2002, superado por Tim Duncan.

-107 triples dobles en su carrera NBA (sólo superado por Oscar Robertson con 181 y por “Magic” Johnson con 138) 

-Sexto jugador con más partidos NBA disputados (1391, le superan Parish, Jabbar, Stockton, Karl Malone y Kevin Willis)

-Tercer jugador con más minutos NBA (50111), sólo superado por Jabbar y Karl Malone. 

-1988 triples anotados (1.4 por partido), tercero en la historia por detrás de Ray Allen y Reggie Miller.

-8725 rebotes capturados, siendo el base que más ha reboteado en la historia.

-12091 asistencias repartidas (segundo en la historia, sólo superado por John Stockton) 

-1263 asistencias repartidas en play offs (tercero en la historia, sólo superado por “Magic” Johnson y John Stockton)

-2684 robos de balón (segundo en la historia, sólo superado por John Stockton)

-302 robos de balón en play offs (sexto en la historia por detrás de Pippen, Jordan, “Magic”, Stockton y Kobe) 

-17529 puntos anotados

-450 tapones. 


-Único jugador en la historia en alcanzar al menos 15000 puntos, 10000 asistencias y 7000 rebotes.  

miércoles, 5 de junio de 2013

GRANT HILL, EL CRACK REINVENTADO (II): EL MITO DEL AVE PHOENIX SE TORNA REALIDAD



T-Mac y Grant Hill. Talento quebradizo.



En verano de 2000 la aventura del amigo Grant en la MoTown llega a su fin. Los Pistons envían al alero a Orlando a cambio de dos piezas en principio discretas: el base Chucky Atkins y el granítico pívot Ben Wallace. Ambos conquistarán el anillo con la camiseta de Detroit en 2004 a las órdenes de Larry Brown, siendo “Big Ben” Wallace una de las piezas claves con su magnífica defensa sobre Shaquille O’Neal en aquellas finales. Visto con la perspectiva del tiempo, los Pistons acertaron con el movimiento, por mucho que en aquel momento los aficionados nos echásemos las manos a la cabeza. No era para menos. Se iba nuestra gran estrella y lo hacía precisamente en su mejor temporada, dejando unos números de autentico megacrack. 25.8 puntos, 6.6 rebotes, 5.2 asistencias y 1.4 robos de balón que volaban a Florida, a los emergentes Orlando Magic de Doc Rivers y con Tracy McGrady como compañero estelar. Números de jugador total que le emparentaban en la genealogía de los Oscar Robertson, “Magic” Johnson, Larry Bird o lo que actualmente significa LeBron James. Sin embargo, y sin que nadie lo hubiera podido prever, aquello significó el comienzo del calvario de Hill en forma de lesiones, o más bien, la continuación de su infortunio con una lesión en el tobillo ante Philadelphia a poco de terminar su última temporada regular con Detroit. Hill descansó los tres partidos siguientes con los que la regular season tocaba a su fin, pero arriesgó para jugar en primera ronda contra Miami, castigando su pierna de manera decisiva para el futuro. Posteriormente declararía que jugó aquella serie presionado por el entorno de Detroit y luchando contra la alargada sombra de Isiah Thomas, de quien aún se recuerda su épica gesta anotando 25 puntos en un cuarto con el tobillo lesionado en las finales del 88 frente a Los Angeles Lakers.

Con la herencia de esa lesión a cuestas, la carrera posterior de Hill ofrece datos desoladores. En sus tres primeras temporadas en Florida, de un total de 246 partidos de temporada regular, sólo es capaz de vestirse de corto en 47 ocasiones. La leyenda negra del jugador comienza nada más aterrizar en su nuevo destino, ya que en su primer curso sólo aparece en pista en cuatro contadas ocasiones, truncando las ilusiones de quienes deseaban disfrutar del espectáculo de la pareja de malabaristas Hill-McGrady. En plena tercera y fatídica temporada aún vendría lo peor. En Marzo de 2003 Hill se somete por cuarta vez a una operación de tobillo, y en esta ocasión del modo más drástico posible. Peligraba la carrera de quien había firmado un contrato de 93 millones de dólares por vestir durante siete temporadas la camiseta de la ciudad de Disneyworld, de modo que los cirujanos buscaron rizar el rizo para que aquel brutal talento no desapareciera de las canchas. Hill pasa por el quirófano para someterse a una compleja operación con la finalidad de reconstruir su tobillo mediante material genético y librarse de los tres tornillos con los que se veía condenado a vivir y a jugar al deporte que amaba. Parecía una buena apuesta, pero el infortunio se ceba una vez más con nuestro protagonista, quien incluso ve peligrar su vida tras la operación. En efecto, a los cinco días de pasar por el quirófano sobreviene la tragedia. Hill, aquejado de alta fiebre (más de 40º) y sufriendo espasmos y convulsiones, es ingresado en Cuidados Intensivos donde se le detecta una grave infección de estafilococos en el tobillo operado. Recibe injertos de su propia piel para luchar contra la nueva herida, y una vez que su vida es salvada, aún le espera una larga lucha contra la enfermedad en forma de tratamiento de seis meses con antibióticos intravenosos. El estatus de Hill pasa del de lesionado crónico al de moribundo.  

Y tras el infierno… la resurrección. Hill vuelve a las canchas el 3 de Noviembre de 2004. Habían pasado 657 días desde su última aparición pública como jugador profesional de baloncesto. Al estilo de Fray Luis de León nuestro protagonista decide soltar un “como decíamos ayer” sobre la cancha presentando una lustrosa tarjeta de 20 puntos, 4 rebotes y 2 asistencias en 33 minutos de juego. Tiene por aquel momento 31 años, pero en cierta manera, es un debutante. Un hombre reinventándose a si mismo. Ya no está McGrady, quien ha llevado su talento (y sus lesiones) a Houston, pero Hill se encuentra con un joven grupo de jugadores en progresión donde destaca un gigantón de 19 años con hombros de acero llamado Dwight Howard. Era el primer año del center, al igual que el del base Jameer Nelson, quienes trabajan a la sombra de los Steve Francis, Hedo Turkoglu, y por supuesto, un Grant Hill dispuesto a volver a empezar.   


El retorno del dandy


¿Había vencido por fin a la mala suerte? Desgraciadamente no. Pese a acabar brillantemente la temporada 2004-05 de su regreso a las pistas (19.7 puntos por partido y retorno al All Star Game), el año siguiente le depara nuevas y desagradables sorpresas. Ahora es una pubalgia la que hace que durante el curso 2005-06 Hill despliegue su talento una vez más con cuentagotas (únicamente disputa 21 partidos) La temporada siguiente se presentaba crucial para el alero, ya que finalizaba contrato en Florida y su futuro se presentaba bastante incierto. Su curso resulta bastante discreto (14.4 puntos por partido), pero la gran noticia está en sus 65 partidos disputados con una media de 30.9 minutos por encuentro. Con 34 años se convertía en agente libre. Castigado por las lesiones, sí, pero con una calidad innata como muy pocos jugadores de la liga, también. Novias no le iban a faltar, y aparece una muy brillante y soleada, tanto es así que la siguiente y casi definitiva andadura nos presenta la mejor versión posible del jugador desde sus tiempos en Detroit. Un Grant Hill ya definitivamente reconvertido y rehecho con los mejores porcentajes de tiro de su carrera. 

Seguro que han escuchado hablar alguna vez del mito de la Fuente de la Eterna Juventud. Si hubiera que ubicarla en alguna ciudad moderna, no se me ocurre mejor emplazamiento que en Phoenix, Arizona. Y es que allí un “jovencito” Steve Nash jugaba el mejor baloncesto de su carrera en unos indómitos Phoenix Suns que desataban tormentas perfectas por todas las canchas de la NBA bajo el mandato de un apóstol del “run&gun” como Mike D’Antoni. Nash había sido dos veces MVP de la temporada regular y había llevado a su equipo a dos finales de conferencia consecutivas. Los Suns no eran un equipo campeón, pero unánimemente eran el conjunto más atractivo para cualquier aficionado imparcial por aquellos momentos. Desde los despachos de la franquicia de los soles lo tuvieron claro. Hill podría ser la pieza ideal que encajase en el esplendoroso puzzle constituido por piezas del talento de Steve Nash, Amar’e Stoudemire, Shawn Marion y Boris Diaw. Por primera vez en su carrera, Hill se veía con opciones reales de optar al anillo de campeón. Curiosamente en Phoenix podía sentirse como el auténtico protagonista de la leyenda del ave renacido de sus cenizas.

Además  de los citados, jugadores de la clase de Leandro Barbosa, Raja Bell o la por aquel entonces promesa Marcus Bank mostraban la sobredosis de talento exterior para un equipo para el que correr era una cuestión vital más que un estilo de juego. Cansados de ser un club admirado por su espectáculo pero abocado a la derrota cuando llegaban los momentos decisivos frente a equipos más duros (en especial los San Antonio Spurs), en Phoenix deciden dar un giro y apostar por meter centímetros y kilos en la pintura. Y nadie mejor que otro ilustre veterano como Shaquille O’Neal (en el nómada carrusel en busca de anillos que no llegaban que protagonizó la parte final de su carrera) para ejemplificar todo ello. Shaq, rebautizado como “Big Cactus”, llega en Febrero de 2008 a cambio de Marion y Banks. La cosa no termina de funcionar y los de Hill caen en primera ronda, contra, lo han adivinado, nuevamente unos San Antonio Spurs convertidos en auténtica bestia negra del club soleado. Batacazo colectivo al margen, Grant Hill recupera por fin su sitio en la NBA. Que su nombre aparezca en los box scores ya deja de ser noticia. Se vuelve a sentir importante. Sus números de 13 puntos, 5 rebotes y 3 asistencias en 31 minutos por partido con porcentajes del 50% de acierto en tiros de campo, para un jugador de 35 años con cuatro operaciones en el tobillo y que cinco años antes se encontraba al borde de la muerte, no están nada mal como ejemplo de superación, lucha y constancia en la mejor liga de baloncesto del mundo. Pero lo mejor estaba por llegar.  


Dos maduritos en busca de anillos.


La temporada siguiente apuntaba un cambio de estilo en la franquicia arizoniana con la marcha de Mike D’Antoni, auténtico arquitecto del vistoso juego de Phoenix a New York. No fue fácil. Terry Porter como nuevo inquilino del banquillo de los Suns buscó dotar al grupo de mayor empaque defensivo. El resultado fue un equipo falto de chispa y abandonado de su personalidad anterior. Porter no acabó la temporada, siendo sustituido por su asistente Alvin Gentry. Hill por fin estaba pletórico de salud, llegando a jugar por primera vez en su vida y con 36 años los 82 partidos de la temporada regular. ¡Por fin! Pero la desgracia rondaba cerca, en este caso en la figura del fundamental Amar’e Stoudemire, quien sufre un desprendimiento de retina en un choque contra Los Angeles Clippers. El power-forward se pierde los últimos meses de competición y los Suns se ven fuera de post-temporada por vez primera en los últimos cinco años. Cuando Hill lograba remontar el vuelo en el plano individual se encontraba con otra decepción grupal. La historia de su vida. Sus números y minutos en la pista van descendiendo gradualmente (12 puntos, 4.9 rebotes y 2.3 asistencias), pero alcanza un excelso 52,3% en tiros de campo, y sobre todo el reconocimiento unánime de la afición que ya identifica en esta segunda juventud del alero un ejemplo de imbatible tenacidad y amor por el baloncesto. Mil veces caído, tantas otras puesto en pie.  

El curso posterior deparaba buenos momentos para nuestro hombre. 81 partidos en liga regular (sólo se pierde uno), todos ellos como titular, con 30 minutos en pista, dejando 11.3 puntos por partido, 5.5 rebotes y 2.4 asistencias. Sigue siendo un todoterreno fiable. Y a sus 37 años se da otro gustazo con la misma ilusión de un debutante: por fin sabe lo que es ganar eliminatorias de play offs. Portland en primera ronda, para posteriormente  vapulear a sus grandes enemigos de San Antonio con un inapelable 4-0. Finalmente caerán ante los vigentes campeones por aquel entonces, los Lakers de nuestro Pau Gasol quienes iban camino de su segundo título consecutivo. Nunca Grant Hill había llegado tan lejos en una temporada. El baloncesto se lo debía. 

Aún jugaría dos años más a buen nivel con la elástica de los Suns, sin bajar de los 10 puntos por partido, pero sin pisar play offs. Finalmente la pasada temporada ya con 40 años intenta una nueva aventura en los pujantes Clippers de Chris Paul y Blake Griffin, a donde llega lesionado de su rodilla derecha y su papel finalmente acaba siendo bastante anecdótico. No ha sido la mejor de las despedidas posibles para un jugador único e irrepetible. Un baloncestista total que entre 1995 y 1999 repartió más asistencias que ningún otro jugador que no fuera base, que lideró a los Pistons en puntos, rebotes y asistencias durante tres campañas (sólo Wilt Chamberlain y él a lo largo de la historia han sido capaces de ser los máximos realizadores de las principales categorías del juego en un roster durante tres temporadas), y que en sus seis primeros años NBA acumuló 9393 puntos, 3417 rebotes y 2720 asistencias. Números sólo superados en el mismo periodo de tiempo por Oscar Robertson, Larry Bird y LeBron James. Sirva este dato para comprender la dimensión del jugador que en algún momento Hill llegó a ser, y el utópico límite al que hubiera aspirado traspasar de no mediar el infortunio en su carrera y su vida. Pero quédense también con esto: entre 2008 y 2011 jugó 243 de los 246 partidos de temporada regular de la NBA. No está mal para un tipo que, como Jack Palance en el brillante (e infravalorado) remake de “High Sierra”, “murió un millar de veces”.   


Que bello es vivir.




martes, 4 de junio de 2013

GRANT HILL, EL CRACK REINVENTADO (I): DE DUKE A DETROIT


El último tren hacia el anillo tampoco llegó al destino soñado.


Toca despedir a uno de los más grandes de los últimos tiempos. Jugador excepcional y talentoso, profesional perseverante como pocos. Un primer análisis sobre la figura de Grant Hill (Dallas, 5-10-1972) nos invitaría a la tentación de englobarlo en el grupo de eso que llamamos “lo que pudo ser y no fue”, y en efecto, no cabe duda de que el espigado alero tejano estaba llamado a ser uno de los jugadores que marcase una época en la NBA y que entrase de lleno en la eterna lucha por ser el enésimo aspirante a la sucesión de Michael Jordan (con quien coincidió en la mejor liga del mundo durante seis temporadas), si no fuera por un sempiterno malditismo en forma de lesiones que le otorgó cierta fama de jugador de cristal al estilo de otro genial coetáneo como Tracy McGrady. Pero es precisamente ahí donde encontramos la clave de la admiración que debe ser profesada a un luchador como Grant Hill, quien en un ejemplo de constancia ha estirado su carrera a nada menos que 19 campañas (18 en realidad, ya que la 2003-04 la perdió enteramente por, como no podía ser de otro modo, problemas físicos y de salud que pusieron incluso su vida en peligro) y retirándose con 40 años cumplidos en su documento de identidad. Casi nada. 


En efecto, en el joven Hill se daban todos los condicionantes para adquirir estatus de megaestrella en el universo NBA, con todos los beneplácitos posibles tratándose además de un muchacho de buena educación y familia (su padre fue jugador profesional de la NFL con una brillante trayectoria de 12 temporadas) totalmente alejado del modelo de baloncestista callejero, tatuado y regido dentro de los parámetros del “gansta style” que ejemplificaban Allen Iverson y un buen número de emergentes estrellas. En definitiva, Hill encajaba en el prototipo de icono NBA que David Stern mejor hubiera podido imaginar jamás.    


Calvin Hill, el padre de la criatura, a finales de los 70.



Estrella ya desde High School en el instituto de South Lakes (Reston, Virginia), es a partir de su ingreso en la prestigiosa universidad de Duke cuando el nombre de Grant Hill comienza a tornarse en legendario para el mundo de las canastas. Con la camiseta de los Blue Devils nuestro protagonista conquistó dos entorchados consecutivos de la NCAA (nadie repetía título desde la UCLA del mítico John Wooden, que llegó a ganar seis títulos seguidos entre 1967 y 1973), el segundo de ellos derrotando en la final a los míticos “Fab Five” de Michigan, un resultado que siguió golpeando dolorosamente en aquellos jugadores que un año más tarde repetirían derrota frente a North Carolina, tanto es así que Jalen Rose en el magnífico documental que la ESPN realizó sobre aquel equipo liderado por Chris Webber no dudo en atacar de manera explicita y poco afortunada al college de Duke de reclutar únicamente jugadores negros que se pudieran calificar como “uncle Toms” (una referencia a la famosa novela de Harriet Beecher Stowe, con la que intentaba hacer creer que los deportistas de color enrolados en la universidad de Durham eran negros sumisos y que aceptaban el “establishment” blanco, y por tanto traidores a la comunidad afroamericana, un poco al estilo del personaje de Samuel L. Jackson en “Django desencadenado”) Lo que si es cierto es que Duke aparte de ser una de las más prestigiosas universidades baloncestísticas normalmente ha sido destino de muchos “buenos chicos”, cosa que puede comprobarse echando un vistazo a la ejemplar, modélica y caballerosa respuesta que Hill dio a las desafortunadas palabras de Jalen Rose.     


Grant Hill con Coach K. Binomio ganador en Duke.



Cumplido un sobresaliente ciclo universitario a las órdenes del ya legendario Mike Krzyzewski, todo parecía indicar que Hill ocuparía sin ninguna duda una de las primeras posiciones del draft de 1994. Después de ver como Glen “Big Dog” Robinson era el número 1 elegido por Milwaukee, y como otro longevo ejemplar del 73 como Jason Kidd era la elección de Dallas, el nombre de Grant Hill sonaba en el tercer lugar de la noche escogido por una franquicia que apostaba por el talentoso alero para reverdecer los laureles de unos años atrás cuando habían conseguido dos anillos consecutivos gracias a los inolvidables “Bad Boys” de Thomas, Dumars, Laimbeer y compañía. Hablamos, como no, de los Detroit Pistons. Precisamente aquel verano de 1994 el genial Thomas y el duro Laimbeer habían anunciado su adiós. Dennis Rodman buscaba nuevas aventuras en San Antonio (antes de recalar en Chicago, donde sus dedos engordarían con tres anillos más) Mark Aguirre finalizaba su brillante carrera en Los Angeles Clippers. En los vecinos Lakers se encontraba James Edwards, mientras que el inolvidable “Microondas” Vinnie Johnson ya llevaba un par de temporadas retirado. De modo que Hill recayó en un equipo de gloria reciente pero en dolorosa reconstrucción, donde sólo Joe Dumars mantenía su liderazgo espiritual a la vez que saciaba su voracidad ofensiva, y que había firmado un pobre registro de 20 victorias por 62 derrotas en la campaña recién finalizada.


El impacto del tejano en la liga fue inmediato. Máximo anotador de su equipo por delante incluso de Dumars o de otro excelso anotador como Allan Houston. Rookie del año junto a Jason Kidd, pero sin duda hay un dato mucho más esclarecedor sobre la dimensión de su aterrizaje en la NBA. Fue el primer rookie en liderar las votaciones para el All Star Game. Michael Jordan vivía por aquel entonces su primera retirada, que daría por concluida a las pocas semanas (volvería en Marzo de 1995), pero para que no hubiera dudas, a la temporada siguiente, con His Airness ya jugando una temporada completa, aún así Hill fue el jugador más votado por delante del mismísimo Jordan. La NBA a sus pies, y los seguidores de los Pistons que volvíamos a tener una razón para soñar.    



Desgraciadamente el éxito personal de Hill no estuvo refrendado a nivel colectivo. Cierto es que con su llegada el balance de victorias aumentó de manera ostensible, pero aquellos Pistons no pasaban de ser un equipo de primera ronda de play offs. Con Dumars ya retirado y Allan Houston firmando como agente libre por New York (donde llegó a disputar unas finales frente a San Antonio Spurs), aquellos Detroit de la era “verde azulada” (los aficionados recordarán que habían cambiado el azul habitual además del logo, emergiendo el busto de un caballo del habitual balón de baloncesto que acompañaba la imagen de la franquicia) eran realmente un equipo mediocre, especialmente en las posiciones interiores (Bison Dele, Eric Montross o Mikki Moore vienen a mi recuerdo), de modo que no había visos de formar un equipo campeón alrededor de Hill como jugador franquicia, a pesar de los insistentes rumores que en su momento apuntaron a una llegada de nada menos que Tim Duncan a la ciudad del motor, debido a su gran amistad con Hill, rumores que se repitieron una vez que el alero se estableció en Orlando. Precisamente de su etapa en Orlando hablaremos en nuestra próxima entrega sobre el genio de Dallas.  


Tomando el relevo.




miércoles, 14 de marzo de 2012

CUANDO UN CRACK HACE CRACK

"Amor para mi compañero y amigo @rickyrubio. Que te recuperes rápido. Te echaremos de menos" (Kevin Love vía twitter)

Uno de los motivos más recurrentes en este blog, un tópico al que gustamos de aferrarnos en nuestros sufridos debates baloncestísticos, es el del “what if?”, ese escenario ucrónico sobre lo que pudo haber sido y no fue. Algo habitual en el mundo del deporte, un escenario en el que el aficionado tiende a idear, e incluso idealizar, una visión de los acontecimientos en la que el máximo potencial haya podido ser desarrollado sin impedimento ni traba alguna.

La historia del deporte en general y del baloncesto en particular está jalonada de “what if?s”, equipos que podían haber sido dinásticos, entrenadores que hubieran entrado en la historia de haber recibido la confianza y medios necesarios, y por supuesto, jugadores que no llegaron a explotar lo mejor de su juego. Hay muchas razones para explicar porque carreras que parecían destinadas a establecerse como legendarias se quedaron simplemente en buenas, normales, regulares, o incluso en otros casos fueron un fracaso, o yendo más allá en algunos casos más puntuales ni siquiera llegó a haber carrera. La falta de profesionalidad, una cabeza mal amueblada, ser poseedor de una naturaleza adictiva, ausencia de disciplina y de sacrificio, malos hábitos, endeblez mental, falta de ambición… todos estos factores determinarán en mayor o menos medida la brillantez de una trayectoria deportiva, y luego están, por supuesto, las lesiones. 

Al fin y al cabo todos estos factores de los que hemos hablado son perfectamente controlables, o deberían serlo, por el propio sujeto, dueño y señor de su vida y del talento con el que ha sido dotado, y libre de elegir entre sacrificarse para hacerse un hueco en la historia reservado sólo a los más grandes o simplemente tener una carrera que le sirva para vivir, y en la que nunca le faltarán ofertas dada su calidad innata. En ese sentido incluso tendemos a sentir simpatía por los segundos, deportistas más humanizados que como que cualquier hijo de vecino demuestran una tendencia natural al hedonismo, y nos parece comprensible que se dediquen a meter más puntos fuera de los terrenos de juego que dentro de las pistas. Los vemos como unos trasuntos de Curro Romero a los que hay que dejar a su aire, arriesgarse a pagar la entrada, y encontrarte con una faena de dos orejas y rabo (no sé que hago utilizando metáforas taurinas cuando soy contrario a esa “fiesta”) que te deje el alma henchida de gozo y placer para un mes, o encontrarte un espectáculo deplorable simplemente porque al genio no le apeteció ese día ponerse el mono de trabajo, y la caprichosa musa, si no se la entrena un poco, puede volar de una azotea a otra y buscarse acomodo en otro artista con más ganas de mover el culo. Pero en definitiva, ¿acaso hay alguien que no sintiese simpatía por Mágico González? 

Mágico Gonzalez frente a Maradona, paradigmas del genio disoluto.


Las lesiones, sin embargo, escapan por completo al control absoluto por parte de los protagonistas. Está claro que hay factores controlables, determinados hábitos, estar en buenas manos en terrenos fisioterapéuticos, y por supuesto no forzar buscando reapariciones milagrosas que suelen traer recaídas bastante gravosas, más incluso que la lesión original. Y también es cierto que hay físicos más propensos a “romperse” que otros, pero en general tendemos a pensar que el tema de las lesiones suele tener más que ver con el azar que con la propia gestión de su cuerpo, talento y energías por parte del deportista en cuestión. Los infortunios físicos de los que hablamos han producido auténticos calvarios para quienes los han padecido, y también, de un modo más egoísta, han sido mazazos para todos los que amamos este deporte, truncando carreras vertiginosas que nadie podía intuir donde estuviera su límite, privándonos de proezas y hazañas aún mayores de las vistas en el que consideramos el más espectacular de los deportes. En ese escenario improbable de “que hubiera sido”, para mí el caso más doliente es el de Arvydas Sabonis, jugador que posiblemente no llegó ni a demostrar el 50% de todo el baloncesto que podía haber desarrollado, un gigante cojo limitado a jugar prácticamente andando. Aún así desde el comienzo de su carrera hasta el final de la misma dominó toda cancha por la que pasó, pero siempre sin poder hacer un esfuerzo de más y con restricciones de minutos en juego. ¿A dónde hubiera podido llegar un Sabonis sin lesiones?, ¿qué clase de coloso hubiéramos podido presenciar de haber tenido el físico de, pongamos un Wilt Chamberlain (a pesar de que “The Slit”, como muchos gigantes, también sufrió la severidad de las lesiones durante su carrera, pasando prácticamente en blanco su segundo año “laker”)?

No se trata tampoco de hacer un repaso exhaustivo a todos lo que habiendo sido muy grandes, podían haberlo sido todavía más. No hace falta irse muy lejos en el tiempo y el aficionado seguro que podrá recordar casos como los de Grant Hill o Tracy McGrady, quienes han sido de los mejores jugadores de los últimos tiempos, pero, ¿y si las malditas lesiones no les hubieran cortado ininterrumpidamente su progresión, si no hubieran visto minada su moral por culpa de esos percances que les impedían llegar a establecer ese dominio en la mejor liga del mundo para el que parecían haber sido destinados? Reciente está también el caso de Yao Ming, una joya de 229 centímetros de buen baloncesto y fina muñeca quien desde 2005 ha pasado más tiempo en las clínicas que en las canchas, hasta su reciente retirada hace unos ocho meses. Y que decir de Greg Oden, ya prácticamente un ex –jugador de sólo 24 años de edad. Número 1 del draft del 2007, uno de los mejores de los últimos tiempos, y llamado a marcar la nueva era de la NBA junto a Kevin Durant. “Durantula” se ha quedado solo en tal tarea. El caso de Oden además alimenta el mito de Portland Trail Blazers como la franquicia maldita por excelencia, corroborado esta misma temporada con la retirada de Brandon Roy. Con sólo 26 años de edad, quien había sido “rookie” del año en 2007 e integrante del segundo y tercer quinteto ideal en 2009 y 2010 respectivamente, nos decía adiós con la dolorosa confesión de que, sencillamente, con sus rodillas no puede jugar a esto. En estos días hemos recordado el durísimo caso de Mario Bruno Fernandez gracias a una entrevista en la web Nuevo Basket. No hace muchos años se hablaba de él como uno de los bases de moda de nuestro baloncesto, e incluso llego a ser invitado por Pepu Hernandez para la preselección del Europeo 2007. Ahora, a sus 28 años de edad, una malformación en su rodilla no sólo le ha alejado de las canchas de jueg, si no que directamente lucha por poder volver a andar sin necesidad de muletas.  

El duelo por un reinado que nos quedaremos sin vivir.


A estas alturas del texto, y si el sufrido lector ha sido capaz de llegar hasta aquí, ya habrá sido capaz de imaginar de que estamos hablando. Quedaban apenas quince segundos para el final del Minnesota Timberwolves- Los Angeles Lakers, partido intenso y disputadísimo que confirmaba una vez más que si hay un equipo revelación esta temporada en la NBA, una franquicia que haya dado un paso de gigante, esa es la de los lobos grises dirigidos por Rick Adelman. Quedaba como decimos menos de un minuto en la noche del pasado viernes para el desenlace de un choque vibrante cuando Kobe Bryant en esos minutos finales de “kobesistema” se encontraba con la marca de un Ricky Rubio quien estaba volviendo a demostrar su mejor nivel. Kobe y Ricky estaban disputando un duelo realmente apasionante, pleno de intensidad, miradas, “trash talk”, y demás aspectos de esos que nos hacen dudar de la edad de Ricky y su grado de “rookie”, viendo la madurez con la que ha afrontado cada choque con las vacas sagradas de la liga. Era el duelo de la noche y llegaba a su resolución final. El depredador por excelencia de la liga, el devorador de registros, el jugador más seguro en los finales igualados, el rey del “clutch time”, frente al novato descarado que estaba poniendo patas arriba la liga, que estaba volviendo a llevar al baloncesto a los terrenos de la fantasía de donde no debió moverse jamás, que había liberado el juego de las ataduras de los especuladores, de los mezquinos, de los escamoteadores del espectáculo, y de quienes tienen el gris por color predilecto. 

Y entonces… Ricky hizo crack. 

Imagino que muchos de ustedes que, como yo, estarían viendo el partido en directo, enseguida sintieran una súbita preocupación ante la caída, no demasiado aparatosa, pero si con una “doblez” que no anticipaba nada bueno. Preocupación que se confirmó al ver las repeticiones, o al observar los gestos de dolor de Ricky en el banquillo, su incapacidad para andar, o como tuvo que salir de la cancha apoyado en los hombros de miembros del cuerpo técnico de los T-Wolves. Ni siquiera pudo jugar esa última posesión para su equipo, aún con la anestesia que supone para el dolor el tener el músculo caliente tras casi 40 minutos en pista (¿cuántas veces hemos visto jugadores lesionados acabar partidos, engañados por la naturaleza muscular que en caliente les hace pensar que la caída que acaban de sufrir no ha sido nada, para luego en una posterior exploración darse cuenta de lo que tenían?) 

I've been hurt


Y Ricky se rompió, vivió su particular “punto jonbar”, sufriendo la posiblemente peor lesión para un deportista. Rotura de ligamentos. Seis meses como mínimo fuera de las canchas, progresión cortada, y ausencia de lo que hubieran sido sus segundos Juegos Olímpicos con tan solo 21 años. Unos Juegos de los que es el más joven medallista en esta disciplina deportiva, por delante de los genios más precoces de este deporte, incluyendo a Drazen Petrovic o a Arvydas Sabonis. Una medalla de plata que obtuvo tras dirigir como base titular a la selección en aquel histórico partido de Pekín (José Manuel Calderón, otro jugador con infortunios constantes, sobre todo en sus encuentros con la elástica nacional, se había lesionado) y que no podrá refrendar este verano. Si había un jugador en el panorama actual con capacidad para igualar las increíbles marcas de Oscar Schmidt Becerra, Andrew Gaze y Teofilo Cruz con cinco Juegos Olímpicos a sus espaldas, ese era Ricky. Otra proeza que nos tememos ya quedaré en el tintero para siempre.  

La preocupación por la ausencia de Rubio en los Juegos de Londres no es tema baladí. Algunas de las mayores dudas de Sergio Scariolo de cara a configurar sus planteles definitivos para competir con nuestra selección han venido precisamente en la posición de base, no tanto en que jugadores, si no en el número de bases puros. Lo que si tiene claro el italiano (y creo que el 99% de la afición) es que Calderón y Ricky son la pareja de bases segura para nuestra selección. Por lo tanto el debate ya no es si ir con dos bases o tres, como el pasado verano, la ausencia del catalán abre las puertas a otro director de juego. Ahí el panorama (y el debate) es amplio, y ya hablaremos de ello… Raúl López, Sergio Rodriguez, Victor Sada o Carlos Cabezas parten con cierta ventaja, por estatus, nombre, y experiencia con la selección, pero quien sabe si podría ser el momento de que llegasen a la internacionalidad magníficos bases quizás no tan mediáticos pero igualmente brillantes como Javi Salgado o Pedro Llompart. 

La desazón en Minneapolis tampoco se ha hecho esperar. El infortunio de Ricky frena de golpe y porrazo las aspiraciones de los Wolves de arañar una de las siempre caras plazas de POs en el Oeste. Un club que ha pasado de la nada al todo, y ahora tiene que volver a la costumbre de nadar en aguas más ordinarias, una vez que su fantasioso arquitecto se ha quedado en el dique seco. La desgracia del base español puede ser también una vara con la que medir la real importancia del joven genio. Simplemente, veamos cual es el balance que obtiene Minnesota sin Ricky llevando el mando en la pista, y eso puede ayudar al aficionado a hacerse una idea de cual era la importancia real del jugador de El Masnou más allá de sus números individuales.  

Sin perder la sonrisa.


Así pues y con Ricky KO, los aficionados que buscamos disfrutar del baloncesto en su vertiente más imaginativa y estética estamos de enhoramala. Peor lo llevará el propio protagonista, claro, quien lo primero que “tuiteaba” tras su desgracia era su lástima por esa victoria huidiza que tuvieron tan cerca frente a los Lakers, por si alguien tenía alguna duda de que Ricky es uno de esos deportistas para quienes la palabra “equipo” significa mucho más que un montón de cuerpos con cara y ojos que comparten vestuario. Y por supuesto, la sombra de la duda vuelve a planear una vez más sobre el jugador. Un jugador acostumbrado a ser puesto en tela de juicio, cuando tuvo el único mal año de su meteórica carrera y soportó un chaparrón de feroces críticas despiadadas sobre la realidad de su juego y su calidad. Cerró todas las bocas, volvió a llenar las canchas de magia, e inundó de esperanza los corazones de los abnegados aficionados del Target Center de Minneapolis, que tras muchos años de infamia baloncestística en su cancha volvían a ver ganar con cierta frecuencia a su equipo. Ahora vuelven las dudas, y parecen tener su parte de lógica. ¿Volverá a ser Ricky el mismo que antes de romperse los ligamentos?, sinceramente, me cuesta mucho pensar que así sea. Es prácticamente imposible que un deportista vuelva a ser el mismo que antes de una lesión grave. No quiero decir con esto que no volvamos a ver a un Ricky a primerísimo nivel, estoy convencido de que así será, y que su segundo año NBA, su curso “sophomore”, será el de su consagración absoluta. Mejorará sus números individuales, los del equipo, y hará mejores a sus compañeros. Será All-Star y ocupará el vacío dejado por Steve Nash. Así de fuerte apostamos por Ricky. Pero no nos engañemos, de alguna u otra manera no será el mismo. Estamos hablando de la lesión más temida en el mundo del baloncesto, un tabú, un innombrable, lo que es Juán Pardo para los músicos. La lesión del ACL ("Anterior Cruciate Ligament"), la misma que supuso un contratiempo insalvable para un Adam Morrison al que muchos veían como el nuevo Larry Bird, la misma que padeció por dos veces el gran Raül López, jugador llamado a ser un superclase, que supuraba NBA por cada poro de su piel, y así lo demostró cuando el físico se lo permitió cada segundo que vistió la camiseta de los Jazz de Utah, quien finalmente se ha quedado en un brillante jugador FIBA, lo cual no es poco, pero si muy por debajo del potencial verdadero de quien apuntaba a ser posiblemente el mejor base español de todos los tiempos. Por lo tanto sería realmente ilusorio pensar que una lesión de este tipo no vaya a afectar física y mentalmente a un chaval de 21 años, aunque en el segundo aspecto, Ricky ha dado sobradas muestras de poseer una cabeza perfectamente amueblada, de tener la suficiente madurez, y de manejarse en un envidiable equilibro emocional, ese que hace que se nos presente como un chico feliz pese a que por primera vez en su exitosa carrera vive el lado amargo del deporte. Dura prueba la de manejar su primer gran contratiempo (o quizás el segundo si consideramos el primero el notable bajón de juego y forma que experimentó en su último año europeo), pero estoy convencido de que si Ricky no fuese tan equilibrado, maduro e inteligente, no habría sido capaz de recorrer tanto en tan poco tiempo, y quizás hablaríamos de él como claro exponente de los individuos con los que comenzamos esta entrada, esos que no han sabido o no han querido gestionar todo el talento que han recibido. Ricky se siente tan privilegiado por sus facultades y vive tan entregado a la causa de este deporte, que mucho más allá de que se pierda la posibilidad de meter en play-offs a su equipo, o de disputar sus segundos Juegos Olímpicos volviendo a aspirar a medalla y quizás repetir final, mucho más allá de eso, hay algo mucho más simple pero doloroso: Simplemente, no va a poder jugar al baloncesto. Es decir, lo que más le hace feliz en la vida. 

Raúl y las dudas.


Es en este tipo de situaciones, en las que el deporte que tanto nos hace disfrutar nos sacude con un revés inesperado, que uno recurre a la filosofía de andar por casa, esa que habla de ver los vasos medios llenos o medio vacíos, lo que ocurre es que quien es bebedor irremediablemente tiende a verlo medio vacío y a desear más brebaje para saciar su alma. O también es un buen momento para recordar a Carlos Sainz, paradigma del deportista gafe y maldito en nuestro país, una especie de imán andante para las desgracias. Siempre que al piloto madrileño le inquieren sobre su proverbial mala suerte histórica él siempre responde la misma estoica y sosegada manera. Da gracias por todo lo conseguido. Sabe que forma parte del grupo de los privilegiados, de los actores, mientras otros nos conformamos con observar desde debajo del escenario.   

¿Afortunado o maldito?