Iggy y Steph ya son leyenda. |
Han tenido que transcurrir 40 largos años para que
en el Olimpo particular de los dioses de Golden State Warriors alguien haya
podido mirar de tú a tú al mítico Rick Barry. Y ese alguien es Stephen Curry,
MVP de la temporada regular, campeón del concurso de triples y líder de un
equipo que ha llevado a las finales. No entra solo en tal categoría ya que le
acompaña un Andre Igoudala MVP de las finales (en mi opinión de manera injusta,
pues pese a no conquistar el título, tal y como Jerry West en las finales de 1969,
nadie merecía más ese galardón que un LeBron James caballeroso en la derrota
felicitando y abrazando a su paisano y rival) Curry se lleva el particular
duelo de Akron, rodeado de un colectivo espectacular y superior al que ha
arropado a LeBron en esta batalla, pero King James nos deja una actuación para
la historia que debería eliminar cualquier atisbo de duda sobre que nos
encontramos ante uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos. Sus
35.8 puntos, 13.3 rebotes y 8.8 asistencias son números que prácticamente sólo
se pueden conseguir en la play station, no en unas finales de la NBA ante un
equipo con el octavo mejor balance de todos los tiempos en temporada regular.
Con tan sólo 30 años ha rebasado la cifra de 5000 puntos anotados en play offs,
cosa que anteriormente a él sólo habían conseguido Michael Jordan, Kareem
Abdul-Jabbar, Kobe Bryant, Shaquille O’Neal y Tim Duncan.
Ciertamente a partir del cuarto partido las finales
no han tenido demasiada historia, y pese a ser capaces de los Cavaliers de no
descolgarse en el marcador hasta bien transcurrida la segunda parte, la
progresión ascendente de los Warriors, con un Curry en su mejor nivel especialmente
en el quinto (37 puntos), ha contrastado con la descendente de unos Cavs
cansados y decaídos, como dice la canción de Los Negativos, bueno, decaídos no
tanto ya que su espíritu de lucha ha sido encomiable, pero la estadística es
clara, Golden State ha ganado cuatro de los seis últimos cuartos de las finales
y empatado otro, sólo han perdido el último parcial en el sexto y definitivo
encuentro cuando los triples a la desesperada de Iman Shumpert encontraron el
aro, pero con el marcador bastante bien encarrilado. El acumulado de esos
últimos cuartos habla de un 179 a 146 a favor de los de Steve Kerr. La
conclusión es clara, según transcurrían los minutos de cada partido el terreno
se abonaba más favorable a Golden State, más que por frescura propia, por
debilidad del rival.
En el duelo de entrenadores novatos Kerr se ha
llevado el gato al agua, cierto es que con una plantilla con más recursos que
su homólogo, pero sin miedo a tocar distintas teclas y dar protagonismo en un
momento dado a cualquiera de sus jugadores (Barbosa y Livingston, fundamentales
desde el banquillo, Ezeli, con protagonismo anoche, David Lee gloriosamente recuperado para la causa, los finalmente desaparecidos Bogut y
Speights aportando al comienzo de las series… y por supuesto ese quinteto que figurara ya
por siempre en la memoria de los aficionados:
Curry-Thompson-Igoudala-Barnes-Green) Su capacidad de improvisación ha sido
superior que la del estadounidense-israelí. Se ha hablado mucho sobre la
inexperiencia de los Warriors en estas finales, y como eso podría suponer un hándicap
para los de Oakland, pero convendría recordar que Steve Kerr como jugador ha
ganado nada menos que cinco anillos de campeón, al lado de mitos como Jordan y
Duncan, y entrenador por técnicos como Phil Jackson y Gregg Popovich. Seguro
que algo habrá aprendido.
Y aunque un tanto polémico su nombramiento como MVP,
ya que sus números no han sido los mejores de las finales (igualmente polémico
lo hubiera sido para LeBron, al no llevar a su equipo al anillo), hay que
destacar el grandísimo trabajo de un Andre Igoudala a quien después de once
años de carrera le ha llegado la oportunidad de ser fundamental a la hora de conseguir
un título de campeón. Un auténtico todoterreno que fuera jugador franquicia de
los Philadelphia 76ers durante ocho temporadas hasta su traspaso a Denver
dentro de la operación que llevó a Andrew Bynum, ese pívot de cristal, a la
ciudad del amor fraterno. Posteriormente un “sign and trade” le haría recalar
en Oakland, donde en su segunda temporada se ha asegurado un lugar en la
historia de la mejor liga de baloncesto del mundo.
LeBron James volvía a llevar a Cleveland a unas finales
desde que lo hiciera en 2007 tras vencer en la final del Este a los durísimos
Detroit Pistons de Billups, Hamilton, Prince y los Wallace (en realidad sólo Rasheed,
Ben ya estaba en Chicago), un equipo que había marcado época y había sido
campeón en 2004. Y da la sensación de que ocho años después ha llegado todavía
más solo que en aquella ocasión. Cuatro finales perdidas son demasiadas para el
mejor jugador de su era, quien sigue reventando registros en lo individual,
pero no acaba de encontrar un lugar hegemónico en la liga. Un rey sin reinado.
Es inevitable sentir cierta simpatía por una franquicia tan lastrada por la
mala suerte como Cleveland Cavaliers, sumida en una maldición que se muestra en
un calendario que ha visto pasar las hojas de nada menos que 51 años de
historia, desde que los Browns ganaran la NFL, sin que ninguno de sus grandes equipos
(Cavaliers en la NBA, Browns en la NFL y los Indians en la MLB) haya ganado un
título. La sede del condado de Cuyahoga sigue siendo la población perdedora por
antonomasia del deporte estadounidense. Quizás por eso haya sido una de las
ciudades con una de las escenas punk más impresionantes de todos los tiempos.
Pero en esta ocasión ha triunfado la psicodelia californiana.
Dead Boys, banda epítome del punk de Cleveland |
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